el ardiente deseo de servir á una causa en cuyo nombre había sido perseguido y calumniado, y que amaba por instinto. « Temía sólo entrar en la revolución, dice Agrelo, por que me conocía y sabía bien que una vez entrado no podría obrar á medias, ni el negocio lo permitía por su naturaleza. »
Mientras permaneció al frente de la Gaceta, su pluma se empleó en avivar las pasiones é inflamar los ánimos, á fin de infundir valor al pueblo y acostumbrarlo á mirar sin temor los peligros que lo rodeaban por todas partes. Pero su táctica no le produjo sino odios y resentimientos: los españoles le empezaron á mirar con horror, y los patriotas, como en Monteagudo en seguida, creyeron ver en Agrelo un revolucionario por demás ardiente, y un afiliado peligroso de la escuela de Mariano Moreno, sobre cuya memoria pesaba entonces, si no la maldición por lo menos el desdén de los que regian con incierta mano la nave de la Revolución. Convencido de la inutilidad de sus esfuerzos, pidió por repetidas veces, sin conseguirlo, que se exonerase del cargo de redactor de la Gaceta, hasta que en los primeros días de