acción civilizadora, inspirada por esta idea — que los pueblos no son libres sino en la medida de su fuerza moral, es decir, en la medida de su instrucción! ¡Cuánta grandeza en su esfuerza acrecentar la riqueza del país, y con ella la independencia de los hombres y su aptitud para la civilización que procuraba fomentar en las escuelas, en los parlamentos, en la prensa y en las bellas artes! No le es dado, sin embargo, transformar su espíritu, y Rivadavia, después de la abjuración de 1820, pasó de una teoría á otra teoría por que era un filósofo, y de una intransigencia á otra intransigencia por que era formado del barro y de la luz con que son amasados los grandes caudillos y los grandes propagandistas.
« Su unitarismo exigente, sus abstracciones constitucionales le perdieron y perdieron á su partido. Había dos cosas de que Rivadavia jamás dudaba: de sí mismo y de la eficacia de sus principios. Era tanta su influencia sobre el partido unitario que todo él lo reflejaba. En la pertinacia de sus propósitos, en el rigorismo implacable de su lógica, en el fausto literario de sus discursos y de sus documentos oficiales, el par-