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W. E. RETANA

como si se creyera con una misión providencial sobre la tierra, impregnada su alma, cuándo de cierta unción tolstoiana, porque predica la paz, cuándo de exaltación napoleónica, porque, enardecido, estimula á sus paisanos á la guerra, concluye diciendo:


«;Oh Patria!… Desde Jesucristo, que, todo amor, ha venido al mundo para bien de la humanidad y muere por ella en nombre de las leyes de su patria, hasta las más obscuras víctimas de las revoluciones modernas, ¡cuántos, ¡ay!, no han sufrido y muerto en tu nombre, usurpado por los otros! ¡Cuántas victimas del rencor, de la ambición ó de la ignorancia no han expirado bendiciéndote y deseándote toda clase de venturas![1].

»Bella y grandiosa es la patria cuando sus hijos, al grito del combate, se aprestan á defender el antiguo suelo de sus mayores; fiera y orgullosa cuando desde su alto trono ve al extranjero huir despavorido ante la invicta falange de sus hijos; pero cuando sus hijos divididos en opuestos bandos se destruyen mutuamente; cuando la ira y el rencor devastan las campiñas, los pueblos y las ciudades, entonces, ella, avergonzada, desgarra el manto y arrojando el cetro viste negro luto por sus hijos muertos.

»Sea, pues, cualquiera nuestra situación, amémosla siempre y no deseemos otra cosa que su bien. Así obraremos con el fin de la humanidad dictado por Dios, cual es la armonía y la paz universal de sus criaturas.

»Vosotros, los que habéis perdido el ideal de vuestras almas; los que, heridos en el corazón, visteis desaparecer una á una vuestras ilusiones, y, semejantes á los árboles en otoño, os encontráis sin flores y sin hojas, y deseosos de amar no halláis nada digno de vosotros, ¡ahí tenéis la patria! ¡Amadla!

»Amadla, ¡oh, sí!; pero no ya como la amaban en otro tiempo, practicando virtudes feroces, negadas y reprobadas por una verdadera moral y por la madre Naturaleza; no haciendo gala de fanatismo, de destrucción y de crueldad; no: más risueña aurora aparece en el horizonte, de luces suaves y pacíficas, mensajera de la vida y de la paz; la aurora, en fin, verdadera del Cristianismo, présago de dias felices y tranquilos. Deber nuestro sera seguir los áridos, pero pacíficos y productivos senderos de la Ciencia, que conducen al Progreso,


  1. Recuérdese la célebre poesía de Rizal, escrita en la capilla, horas antes de ser fusilado, que comienza:

    «¡Adiós, Patria adorada, región del sol querida,
    Perla del mar de Oriente, nuestro perdido Edén!
    A darte voy alegre la triste, mustia vida;
    Si fuera más brillante, más fresca, más florida,
    También por ti la diera, la diera por tu bien.»