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MIGUEL DE UNAMUNO

tir al racionalismo cristiano con símbolos y ceremonias católicos, y cuyo porvenir me parece muy dudoso. No son los pensadores los que hacen las religiones ni los que las reforman. Más fácil me parece que sobre la base del sentimiento católico cristiano que allí dejó España se convierta en religión el culto mismo á la patria, á Filipinas, y que ésta les aparezca como una peregrinación para otra Filipinas celestial donde Rizal alienta y vive en espíritu.

No sé si Rizal, con su fino sentido religioso, y aun á falta de una gran cultura á este respecto, habría aprobado una Iglesia en que se ve la mano del cura cismático, en que se ve la huella del fraile y de sus discípulos.

Hay que desconfiar del cura cismático ó del cura hereje ó renegado. Aunque se haga ateo, el cura quiere seguir siendo cura, y pretende que haya una Iglesia atea en que él continúe como cura. La reforma religiosa la ve desde su punto de vista profesional.

Pero sea de esto lo que fuere, y sea también lo que fuere del cándido racionalismo de la Iglesia Filipina Independiente y de sus enseñanzas, tan ingenuamente agnósticas y cientifícistas, es lo cierto que anduvo en canonizar á Rizal mucho más acertada que en otras cosas. Como que todas las demás cosas huelen á libros europeos, á tomos de la Biblioteca Alcan, y esa, por el contrario, parece la flor de un movimiento espontáneo del alma de un pueblo. Y las religiones las hacen los pueblos y no los pensadores; los pueblos con su corazón, y no los pensadores con su cabeza.

El acto, pues, más transcendental de la Iglesia Filipina Independiente es haber sancionado la canonización de Rizal, promulgada por el pueblo filipino.


Miguel de UNAMUNO.

Salamanca, 19 y 20. V. 1907.