La España del ¡viva España! sacrílego que se lanzó sobre el cadáver de Rizal es la España de los explotadores, los brutos y los imbéciles; la España de los tiranuelos y de sus esclavos; la España de los caciques y los dueños de grandes latifundios; la España de los que sólo viven del presupuesto sin ideal alguno.
Rizal quiso dar contenido á España en Filipinas, y como para llenar ese contenido sobraban frailes y brutos, á Rizal se le acusó de filibustero.
En la tristísima acusación fiscal contra el gran español y gran tagalo —de ella trataré en seguida— se decía que á España le sobraban alientos y energías para no tolerar que el pabellón español dejase de flotar en aquellas regiones descubiertas y conquistadas por la intrepidez y el arrojo de nuestros antepasados; y á estas frases, de detestable y perniciosa retórica, les pone Retana un comentario muy justo. Las Islas Filipinas, en efecto, no fueron conquistadas con arrojo y con intrepidez, sino que fueron ganadas por medio de la persuasión y de pactos con los régulos indígenas, sin que apenas se derramara la sangre. «El general en jefe de la conquista —añade Retana— llamóse Miguel López de Legazpi, un bondadoso y viejo escribano que en los días de su vida desenvainó la tizona.»
Sí; las Filipinas las ganó para España mi paisano Legazpi —uno de los hombres más representativos de mi raza vasca, como lo fué también muy representativo de ella, la suya y la mía, Urdaneta;— y las ganó con el cerebro y no con el otro órgano de donde han sacado sus determinaciones no pocos de los conquistadores á lo Pizarro, de espada y tranca.
Así, con el cerebro, las ganó Legazpi, el bondadoso escribano vasco. Y ¿cómo se perdieron? Vamos á verlo.
Veamos el proceso de Rizal.
Al llegar á esta parte de mi trabajo me invade una gran tristeza, y á la vez la conciencia de la gravedad de cuanto tengo que decir. Los hechos que voy á juzgar pertenecen ya á la Historia, aunque vivos los más de los actores que en ellos intervinieron. Para todos personalmente quiero las mayores consideraciones. Dios y España les perdonarán lo que hicieron, en atención á que lo hicieron sin saber lo que se hacían y obrando, no como individuos concientes de sí mimos y autónomos, sino como miembros de una colectividad, de una corporación enloquecida por el miedo. El miedo y sólo el miedo, el