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EPÍLOGO

llaman una vez plibastiero, ya puedes confesarte y pagar tus deudas, pues no te queda más remedio que dejarte ahorcar.»

¡Qué precioso pasaje! ¡Cuán al vivo se nos muestra en él ese terrible poderío que ejercen las palabras donde las ideas son miserables ó andan ausentes! Ese terrible plibastero ó filibustero, lo mismo que hoy el mote de separatista, era un chibolete, una mera palabra tan vacía de contenido como el vacío ¡viva España! con que se quería y se quiere rellenar la inanidad de propósitos.

Tiene razón Retana; «si los enemigos de Rizal hubiesen visto el dibujo que éste hizo de su casa de Calamba, y que mandó al profesor Blumentritt, habrían dicho que el dibujo ¡era también filibustero!» (página 145). Y tiene razón al añadir que las doctrinas de Rizal respecto á Filipinas no iban más allá que van respecto á Calaluña ó á Vasconia las de muchos catalanes y vascongados á quien se les deja, por hoy al menos, vivir tranquilos.

Fueron los españoles, hay que decirlo muy alto, fueron sobre todo los frailes —los zafios é incomprensivos frailes— los que estuvieron empujando á Rizal al separatismo. Y las cosas se repiten hoy, y son los demás españoles los que se empeñan en impulsarnos á catalanes y vascos al separatismo.

Oigamos lo que dice en el capítulo LXI de Noli me tángere un personaje de Rizal, es decir, uno de los varios hombres que en Rizal había. Dice:

«¡Ellos me han abierto los ojos, me han hecho ver la llaga y me fuerzan á ser criminal! Y pues que lo han querido, seré filibustero, pero verdadero filibustero; llamaré á todos los desgraciados… Nosotros, durante tres siglos, les tendemos la mano, les pedimos amor, ansiamos llamarlos nuestros hermanos; ¿cómo nos contestan? Con el insulto y la burla, negándonos hasta la cualidad de seres humanos.»

Y así llegó Bonificio, el bodeguero, el no intelectual, é hizo la revolución.

¡Filibustero! Volved á leer en la página 262 de este libro lo que la prensa de la Metrópoli, esta miserable é incomprensiva prensa, una de las principales causantes de nuestro desastre, dijo de Rizal. Lo mismo que dijo de Arana.

Tiene razón Retana al decir que el ideal separatista mismo es licito, como ideal, en la Península. Se puede discutir la Patria; es más, debe discutírsela. Sólo discutiéndola llegaremos á comprenderla, á tener conciencia de ella. Nuestra desgracia es que España no significa hoy nada para la inmensa mayoría de los españoles, y una nación, lo mismo que un individuo, languidece y acaba por perecer si no tiene más resorte de vida que el mero instinto de conservación.