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MIGUEL DE UNAMUNO

unos niños, y reflexiónese en si nuestros españoles no hacían allí, á lo sumo, el papel de egipcios de la decadencia entre griegos incipientes, griegos en la infancia social.

Otros hablan del servilismo del indio, y á este respecto sólo se me ocurre considerar lo que pasa aquí, en la Península, en que se considera como los más serviles á los nativos de cierta región, siendo éstos los que tienen acaso más desarrollado el sentimiento de la libertad y la dignidad interiores. Un barrendero con su escoba por las calles, un aguador con su cuba, puede tener y suele tener más fino sentimiento de su dignidad y su independencia que el hidalgo hambrón que le desdeña y anda solicitando empleos ó mercedes. El servilismo suele vestirse aquí con arrogante ropilla de hidalgo, y el mendigo insolente que llevamos dentro se emboza en su arrogancia. Nuestra literatura picaresca nos dice mucho al respecto.

Rizal tenía un fino sentido de las jerarquías sociales, no olvidaba jamás el tratamiento que á cada uno se le debía. Es interesantísimo lo que cuenta Retana de que en las recepciones oficiales en Dapitan saludaba á los presentes por orden de jerarquía; pero en las reuniones familiares, primero lo hacía á las señoras, aun siendo indias. Esto, que es un rasgo á la japonesa, no eran capaces de apreciarlo en todo su valor los oficiales insolentes con sus subordinados y rastreros con sus superiores, ó los frailes zafios, hartos de borona ó de centeno en su tierra, que tuteaban á todo indio.

«Aquí viene lo más perdido de la Península, y si llega uno bueno, pronto le corrompe el país», dice un personaje de Noli me tángere. No discutiré la mayor ó menor exactitud de esa afirmación —afirmación que, por injusta que sea, se ha formulado mil veces en España;— pero ¡qué españoles debió de conocer Rizal en Filipinas! Y, sobre todo, ¡qué frailes! Porque los frailes se reclutan aquí, por lo general, entre las clases más incultas, entre las más zafias y más rústicas. Dejan la esteva ó la laya para entrar en un convento; les atusan allí el pelo de la dehesa con latín bárbaro y escolástica indigesta, y se encuentran luego tan rústicos é incultos como cuando entraron, convertidos en padres y objeto de la veneración y el respeto de no pocas gentes. ¿No ha de desarrollárseles la authadía, la soberbia gratuita? Trasládesele á un hombre en estas condiciones á un país como Filipinas; póngasele entre sencillos indios tímidos, ignorantes y fanatizados, y dígase lo que tiene que resultar.

En cierta ocasión no pude resistir las insolencias petulantes de un escocés, y encarándome con él le dije: «Antes de pasar adelante permítame una observación: Usted reconocerá conmigo que, por ser Inglaterra tomada en conjunto y como nación más adelantada y culta