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EPÍLOGO

aulas como derretidas al calor de la ciencia y de la juventud.» Y es lo que anheló para su patria: ciencia y juventud —juventud, no niñez— que derritieran las barreras entre las razas.

Estas barreras, y más aún que las legales las establecidas por las costumbres, atormentaron el alma generosa de Rizal. La conciencia de su propia raza, conciencia que debía á su superioridad personal, fecundada por la educación, esa conciencia lo fué de dolor. Con hondo, con hondísimo sentido poético pudo llamar á Filipinas en su último canto, el de despedida: ¡Mi patria idolatrada, dolor de mis dolores! Sí, su patria fué su conciencia, porque en él cobró Filipinas conciencia de sí, y esta conciencia de su patria fué su dolor. En él sufrió su raza, y en él, Cristo de ella, se redimió sufriendo.

Rizal tuvo que sufrir la petulante brutalidad del blanco, para la cual no hay más palabra que una palabra griega: αύθαδία, authadia. La cual significa la complacencia que uno siente de sí mismo, la satisfacción de ser quien es, el recrearse en sí propio, y luego, en sentido corriente, arrogancia, insolencia. Y esto es el blanco: arrogante, insolente, authádico. Y arrogante por incomprensión del alma de los demás, por asimpatía, es decir, por incapacidad de entrar en las almas de los otros y ver y sentir el mundo como ellos lo ven y lo sienten.

Sería curiosísimo hacer una revista de todas las tonterías y todos los desatinos que hemos inventado los hombres de la raza blanca ó caucásica para fundamentar nuestra pretensión á la superioridad nativa y originaria sobre las demás razas. Aquí entrarían desde fantasías bíblicas hasta fantasías pseudo-darwinianas, sin olvidar lo del dólico-rubío y otras ridiculeces análogas. Cualidad que nos distingue es un privilegio ó una ventaja, aquella de que carecemos es un defecto. Y cuando nos encontramos con un caso como el reciente del Japón, no sabemos por dónde salir.

Rizal tuvo esta preocupación etnológica, y en las páginas 137 y 138 de este libro puede leerse sus conclusiones á tal respecto. Y en diferentes ocasiones, sobre todo en sus anotaciones al libro Sucesos de las Islas Filipinas, del Dr. Antonio de Morga, puede verse cómo trató de sincerar á sus paisanos de los cargos que el blanco les hacía.

En la pág. 23 de este libro habrá visto el lector lo que el Prof. Blumentritt cuenta respecto á que Rizal ya desde pequeño se encontraba grandemente resentido por verse tratado por los españoles con cierto menosprecio, sólo por ser indio. Las manifestaciones de Blumentritt al respecto no tienen desperdicio.

Para casi todos los españoles que han pasado por Filipinas, el indio es un pequeño niño que jamás llega á la mayor edad. Recordemos que los graves sacerdotes egipcios consideraban á los griegos como

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