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MIGUEL DE UNAMUNO
III
EL TAGALO

Rizal fué, en efecto, un símbolo, en el sentido etimológico y primitivo de este vocablo; es decir, un compendio, un resumen de su raza. Y como todo hombre que llega á simbolizar, á compendiar un pueblo, uno de los pocos hombres representativos de la humanidad en general.

Se comprende que Rizal sea hoy el ídolo, el santo de los malayos filipinos. Es un hombre que parece decirles: «Podéis llegar hasta mí; podéis ser lo que fui yo, pues que sois carne de mi carne y sangre de mi sangre.»

Dicen los protestantes unitarianos, es decir, aquellos que no admiten el dogma de la Trinidad ni el de la divinidad de Jesucristo, que el creer á Jesús un puro hombre y no más que un hombre, un hombre como los demás, aunque aquél en quien se dió más viva y más clara la conciencia de la filialidad respecto á Dios; que el creer esto es una creencia mucho más piadosa y consoladora que la de creer al Cristo un Dios-hombre, la segunda persona de la Trinidad encarnada, porque, si Cristo fué hombre, cabe que lleguemos los demás hombres adonde él llegó; pero, si fué un Dios, se nos hace imposible el igualarle.

Y he leído en un escritor mejicano que la vida y la obra del gran indio Benito Juárez ha sido un ejemplo y una redención para muchos indios mejicanos, que han visto á uno de los suyos, de pura sangre americana, llegar á encarnar en un momento á la patria, ser su conciencia viva y llevar en su alma estoica y religiosa —religiosamente estoica— los destinos de ella. Muchos de los blancos y de los mestizos que rodeaban á Juárez podrían haber tenido, y tuvieron algunos, más inteligencia y más ilustración que él; pero ninguno tuvo un corazón tan bien templado y un sentimiento tan profundo y tan religioso de la patria como aquel abogado indígena, de pura sangre americana, que no aprendió el castellano sino ya talludito, y que, al perder la fe en los dogmas católicos en que su pariente el cura le educara, trasladó esa fe á los principios de derecho que aprendió en las aulas para aplicarlos á su patria, Méjico, sentida como un poder divino.

En las aulas también es donde Rizal cobró su conciencia de tagalo; en las aulas, en que le aleccionaron blancos incomprensivos, desdeñosos y arrogantes. Es él mismo quien en el capítulo XIV. «Una casa de estudiantes», de su novela El Filibusterismo, nos dice: «Las barreras que la política establece entre las razas desaparecen en las