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W. E. RETANA

de corazón de su Tribunal, se eleva, y pronto se elevará[1] en las leyendas del país, la simpática y gallarda figura de un joven que, en aras de su patria, sacrificó su gran talento, su numen, su valor, su carrera, la fortuna de su familia, su juventud, su vida y, en fin, hasta sus pasiones naturales.»

Rizal, en efecto, ha pasado á la leyenda. El espíritu supersticioso de cierta parte de la plebe, que concedía á Rizal un anting-anting que le hacía invulnerable, todavía hoy le da por vivo. Es sumamente interesante, á este propósito, el párrafo con que concluye un artículo, intitulado Las Tradiciones Filipinas, el ilustrado escritor filipino D. Felipe G. Calderón[2]: «A raíz del fusilamiento de Rizal no hubo medio de convencer al vulgo que el ilustre filipino había realmente muerto, y aun algunos actualmente le creen vivo; esta convicción supersticiosa de que los proyectiles disparados contra el fusilado resultaron inofensivos [gracias al «anting-anting»], acaso la conserve la tradición. ¡Hermoso presentimiento de inmortalidad que nuestro pueblo reservaba para el Gran Filipino!»[3].

De poesías que aquel pueblo sabe de memoria, consagradas á la de Rizal, no hablemos, porque son innumerables. Pero séanos permitido trasladar dos solamente, tomadas de una Corona[4]:


  1. Así escribía yo en 10 de Enero de 1897: ahora ya se ha elevado. Entre los primeros actos de la Revolución triunfante, en Diciembre de 1898, fué rendir á la memoria del Dr. Rizal solemnes funerales en todo el Archipiélago en el día del segundo aniversario de su gloriosa muerte, y se paralizó la circulación de coches aun en Manila, como si fuese en Jueves y Viernes Santo. —Nota de I. de los Reyes.
  2. Revista Histórica de Filipinas; vol. I, núm. 2; Junio, 1905.
  3. Precisamente esto del anting-anting (amuleto) de Rizal fué lo que movió á Saura á presenciar el fusilamiento. Dicho señor escribe:
    «El día 29 de Diciembre de 1896, sorprendí en conciliábulo á mis criados, los cuales hablaban del anting-anting de Rizal. —Este había de ser fusilado al día siguiente, á las siete de la mañana, y los indígenas creían á pie juntillas que las balas no le harían nada, y el desaparecería de la vista, difundiéndose como un vapor en el aire, para trasladarse de este modo á los montes de Cavite. Estaban verdaderamente embaucados. Como mis muchachos eran buenos, y no me convenía de ninguna manera que por cualquier indiscreción suya fuesen á parar á la cárcel, para que se convencieran y, de una vez, por si propios, se desengañasen, les dije que irían, como deseaban, á ver lo que sucedía, pero que irían conmigo, para que pudieran verlo mejor. —Al efecto, con dos de ellos, los más obstinados en su creencia, salí al día siguiente, poco antes de las siete, por la puerta de Santa Lucia, á tiempo que por el paseo de Maria Cristina era conducido Rizal entre una escolta de artilleros…» (Sigue el relato, ya copiado; y concluye el Dr. Saura, después de pintar la caída de Rizal:) «Yo hice que mis muchachos se acercasen [al cadáver] y se convenciesen de que aquello era una triste realidad irremediable.»
  4. La dedicada en el tercer aniversario del fusilamiento. Debo un ejemplar al Sr. Remigio García, dueño de la librería «Manila Filatélico».