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W. E. RETANA

menos de execrar tan ignominioso proceder en quienes se decían apóstoles de una religión de amor mutuo entre todos los nacidos![1]. Y así ha resultado que en tanto que Rizal logra la inmortalidad, esos frailes inhumanos, verdadera negación del espíritu del genuino cristianismo, arrojan sobre su ya poco aseada historia un borrón tan grande como denso, que no hay lejías, ni oraciones, ni milagros que puedan jamás limpiar. Hoy siete millones de ex españoles los maldicen; los mismos que glorifican la memoria del Gran Mártir, que fué todo abnegación. Por tal modo ha transcendido el daño causado por los frailes, que la propia Iglesia Romana toca hoy las consecuencias: ahí está la Iglesia Filipina Independiente, con más de cuatro millo-


  1. Blumentritt, sabedor de que acariciaba yo el propósito de escribir un libro sobre Rizal, decíame desde Lettmeritz el 4 de Marzo de 1899: —«Yo celebro que usted quiera escribir algo sobre Rizal, Y espero que usted, hoy mejor informado, rectificará algunos de sus juicios emitidos sobre aquel inolvidable Tagalo, y no haga el ensayo de justificar la conducta de los frailes, que son los autores morales é inspiradores del asesinato de Rizal; pues entonces el Extranjero de hoy y mañana y la España del porvenir le condenarán, del mismo modo que á Polavieja, que con ello menguó su nombre.»
    La palabra asesinato ha sido repetida hasta la saciedad por los extranjeros. Entre los españoles también se ha usado; véase, entre otros textos, la pág. 8 del folleto Los frailes de Filipinas, por Nicolás y Viriato Díaz Pérez: Madrid, 1904.
    En cuanto á los frailes, de entonces arranca su total descrédito, que venia ya muy trabajado por la opinión imparcial. Hanse hecho tan odio80s, que no ha habido medio de que puedan reivindicarse. Hoy el titulo «fraile de Filipinas» tiene algo de siniestro, y como mejor ha podido apreciarse ha sido con ocasión del nombramiento del P. Nozaleda, dominico, ex Arzobispo de Manila, para la Silla de Valencia: toda la España liberal se alzó en masa, y aun siendo, como eran, gratuitos casi todos los cargos formulados contra dicho sujeto, bastóle ser fraile de Filipinas para que cayesen sobre él las maldiciones de los que pensaban en nuestro gran desastre, en el cual los frailes tuvieron tan irredimible como extraordinaria responsabilidad. Del propio modo que Rizal concitó para sí los odios que había contra los tagalos sublevados, Nozaleda concitó para sí también los que había contra los frailes de Filipinas. ¡Justicia de la Historia!, como habría dicho Rizal. En vano han tratado los frailes de escribir libros más o menos documentados, de dar alguna obra estimable enderezada á reivindicarse; todo ese fárrago de papel ha sido acogido con la mayor indiferencia por la crítica. El juicio está definitivamente formado: los que entraron en Filipinas pobres, ávidos de cumplir con su santa obligación, han salido de aquel país cubiertos de oprobio, millonarios y con el funesto sambenito de verdugos. Á tal extremo ha llegado su descrédito, que los de El Escorial, hartos ya de los «filipinos», acabaron por establecerse en rancho aparte, creando una provincia independiente, formada con los únicos hombres de valía con que la Orden contaba; y esos, los de El Escorial, son los primeros que, para evitar confusiones, proscriben el fray, ante el temor de que los tomen por procedentes de las misiones de Filipinas, acaso porque comprenden que los que allá «trabajaron» son hoy menospreciados aun por aquellas personas con quienes tuvieron amistad años y años.