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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

sa, fué su defensor, D. Luis Taviel de Andrade, á quien basta el exordio de su escrito de defensa para concederle una elevación de criterio, un valor cívico y un amor á la Justicia que ojalá hubieran tenido todos los españoles que abominaban de Rizal… ¡sin conocerle! Se juzgó del escritor sin haber leído sus escritos; se juzgó de su obra de propaganda sin penetrar en la entraña de la misma, tan opuesta al separatismo, y por los medios de la violencia más aún. El 98 por 100 de los españoles, esto es, cuantos en Manila demandaban la cabeza del Primer Filipino, no sabían de éste sino que era «filibustero»… ¡porque sí! ¡Ah! Si hubieran llamado á decidir de la vida de Rizal á los Sres. Carnicero y Sitges, militares que le trataron íntimamente en la deportación de Mindanao; á los jesuitas de la misión de Dapitan, á pesar de que en materias religiosas Rizal era para ellos un relapso; á hombres civiles del talento y la honorabilidad de D. José Centeno y D. Benigno Quiroga, y al propio general D. Ramón Blanco, todos ellos habrían sostenido que Rizal no merecía la última pena. Pero es que, aun mereciéndola, el aplicarla implicaba la pérdida del amor de los filipinos á España. A los Ídolos no se les priva de la existencia impunemente. En la autocrática Rusia no se han atrevido con Gapony, con Gorki, con Tolstoy… Polavieja significaba la antítesis de Blanco, y no pudo ó no quiso afrontar la impopularidad entre algunos miles de españoles (y los siete millones de filipinos, ¿no eran nadie?) que venían aclamándole como al debelador implacable de los filibusteros; y á juicio de esos españoles, el primer filibustero era Rizal. —Rizal no fué más que el verbo de la Libertad en Filipinas; ¡pero la Libertad en Filipinas era una planta maldita!

Casi toda la culpa de tan lamentable como irreparable error tuviéronla el Arzobispo y los frailes. Si el P. Nozaleda, con los Superiores de las corporaciones monásticas, hubiesen pedido el indulto de Rizal, no sólo en cumplimiento de un deber tan propio de los que se intitulan (¡qué sarcasmo!) «representantes de Jesucristo en la tierra» (de Jesucristo, que era todo bondad y caridad), sino por dar con ello un golpe de maza á los radicales, que no habrían podido negar que tenían que agradecerles el favor de haber intercedido por el Reo, probablemente Polavieja se hubiera sentido inclinado á la clemencia. Pero los frailes, con aquella su teoría de ¡barrer! y ¡segar!, eran los que sentían más la sed de sangre, eran los que mayor odio abrigaban (¡así cumplían el ama á tu prójimo como á ti mismo!) contra el ilustre tagalo, y lejos de intentar la petición del indulto, fuéronse al campo de Bagumbayan, llenos de mal disimulado deleite, para cerciorarse por sí mismos de que Rizal caía para no volver á levantarse… ¡Cuán monstruosa aparece esa conducta ante la crítica! ¡La crítica no puede