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W. E. RETANA

que presenta La Independencia (número citado) por vía de comentario á la crónica que hace del sentimiento con que todo el mundo culto acogió la noticia de la muerte de Rizal: «¡Qué inmenso contraste (dice) existe entre esta general manifestación de duelo y aquella danza macabra con que los españoles celebraron la muerte de su víctima; danza macabra bailada encima de la todavía fresca y removida sepultura, pisoteando y destrozando las coronas y las flores que sobre ésta depositaban manos piadosas y amigas!»


El gran Unamuno ha escrito[1]: «Si es peligroso para el progreso de la cultura social el que los supuestos delitos contra el Ejército vayan al fuero militar, más peligroso es aún que vayan á él los supuestos delitos contra la Patria.» «La cuestión (añade el mismo autor) es que haya castigo ejemplar. Y como el castigo se endereza, más que á otra cosa, á aterrorizar á los que pudieran sentirse movidos á cometer el mismo delito, lo esencial es que lo haya. Es decir, que en vez de llegar á fallar el proceso para castigar al delincuente, se busca el delincuente sobre quien recaiga el castigo.»

Estúdiense con todo detenimiento los cargos acumulados contra Rizal —que sobre no haber hecho armas contra España no tuvo la menor parte en la insurrección,— pónganse esos cargos, y con ellos el acusado, ante un Tribunal de justicia civil, y dígasenos si cabe en lo posible que Rizal hubiera sido condenado, tirando de largo, á otra cosa que á destierro. Fué, pues, Rizal un víctima de esa jurisdicción que, según Juan Chagas (citado por Unamuno), «juzga, no en virtud de la necesidad de juzgar, sino de castigar»; y precisamente el ánimo de los españoles de Manila no apetecía otra cosa que castigo: «¡barrer!», «¡ segar!»… Recuérdense las frases de La Voz Española, órgano de los frailes y sus allegados.

La crítica del mundo entero está conforme en apreciar que el fusilamiento de Rizal fué una gran injusticia. Pero aun admitiendo el absurdo de que la sentencia fuera justa, ¿quien negará que, con su ejecución, se cometió un error político transcendentalísimo? Examinada la cuestión bajo este aspecto, descargan algunos toda la responsabilidad sobre el general Polavieja, que pudo haber indultado al Reo, y que no lo hizo, no tanto por miopía política como por haber cedido á la influencia del medio ambiente, á que no le fué dable sustraerse. Polavieja desconocía al verdadero Rizal, del propio modo que le desconocían sus sentenciadores; el único que penetró algo en la psicología y hechos de Rizal, de cuantos intervinieron en la cau-


  1. La Patria y el Ejército; articulo publicado en Nuestro Tiempo: Madrid, Enero de 1906.