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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

su ceño desde el declive de las montañas, la dulce brisa que acaricia el sonrosado semblante y la impetuosa tormenta que brama destrucción en el espacio infinito, conmoviendo así sus corazones y haciéndoles agachar sus cabezas en señal de reverencia y afecto.

»Esparció sobre su pueblo el aliento de su genio, y las masas, hasta entonces cual bestia de carga pasivas é inertes, irguiéronse de pronto con la firmeza del hombre que siente correr por sus venas las energías de la naturaleza, haciéndole concebir el amor puro y sacrosanto de la patria, y elevó sus almas desde superficie de la tierra á las alturas de la estrella de promisión. Por la magia de su contacto hizo brotar la esperanza á la libertad de las mismas cenizas de la desesperación, y para que esa esperanza no pudiera extinguirse, insistió en que la ilustración significa poder, y que la libertad sin el poder para sostenerla es un sonido vacío y una insensata jactancia.

»Rizal fué, en verdad, el gran propagandista de la libertad, y la semilla que sembró cayó en suelo fértil. Regada por la sangre de su martirio, no puede morir, á menos que aquellos por quienes él la plantó se empeñen en acelerar su desarrollo, destruyéndola de esta manera. La libertad humana en sus comienzos no es más que una planta muy delicada. ¿Le darán los sucesores de Rizal el esmerado cultivo que necesita, ó dejarán sus tiernos vástagos sin apoyo, sin protección á las inclemencias de la intemperie?

»Rizal murió en la primavera de su vida, y aunque hombre de paz, derramó la última gota de su sangre por la tierra que le vió nacer. Su sacrificio se conserva vivo y limpio de toda mancha. Fué actor en la batalla de la libertad, en el sencillo traje del ciudadano. Sus brazos llevaban por armas la inteligencia. Su conquista, los corazones de sus compatriotas. Sin embargo, su honor durará más que el del soldado, y es mayor que el del conquistador. En los hogares de sus compatriotas su nombre será recordado con cariño, y en sus templos de instrucción, sus escritos dirán aún palabras amorosas á la Perla de Oriente»…

Después de esta simple enumeración, que da leve idea solamente de la admiración que por Rizal han sentido y sienten tantos hombres ilustres, permítasenos recordar el juicio que de Rizal formara oficialmente el Excmo. Sr. D. Nicolás de la Peña, Auditor del Ejército de Filipinas: según dicho señor, Rizal era punto menos que un mequetrefe que no sabía escribir ni discurrir… ¡Qué doloroso contraste el que ofrece el juicio del Sr. Peña, de quien sabemos gracias al Anuario Militar de España, y los formulados por los Virchow, los A. B. Meyer, los Kern, los Blumentritt, y tantos otros sabios de celebridad universal! Pero es más doloroso todavía otro contraste: el