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W. E. RETANA

te que debía fusilarle. Formaba el piquete una línea de ocho soldados indígenas, del regimiento núm. 70, provistos de fusil Remingthon, tras de la cual había otra de ocho cazadores peninsulares, provistos de Maüsser, en previsión de que los indígenas se resistieran á disparar… «Rizal se hallaba con el cuerpo erguido, sin oscilación alguna, con los brazos caídos á los lados del cuerpo, como en la posición de firmes, y así estuvo un rato, mientras se preparaban las armas.

»En ese preciso momento, el médico militar Sr. Ruiz y Castillo, que estaba próximo á Rizal, se le acercó y le dijo: .

»—Compañero, ¿me permite usted el pulso?

»Rizal, sin contestar nada, separó el brazo izquierdo del cuerpo y le tendió la mano para que se lo tomase.

»—Lo tiene usted muy bien, le dijo Ruiz Castillo.

»Rizal tampoco contestó nada. Hizo un leve encogimiento de hombros, y breves momentos después sonó la descarga. Giró el cuerpo hacia la derecha, y cayó muerto sobre el costado derecho, presentando al aire la cara»[1]. Eran las siete y tres minutos[2].

«Un pintor español se acercó rápidamente á tomar un boceto (añade el Dr. Saura); se dieron dos vivas á España y un viva á la Justicia, y por delante del cadáver desfilaron las tropas… Ruiz Castillo, después, todo asombrado, decía que ne comprendía como un hombre podía atravesar por ese trance fatal conservando normal el pulso…»[3].


  1. Relato inédito del Dr. Saura. —«Y en la Luneta ya, al caer acribillado de balas disparadas por manos de otros filipinos, pues, como Cristo, fué sacrificado por los de la propia raza, un supremo esfuerzo de la voluntad distendió sus músculos lo bastante para conseguir su anhelo de caer muerto, no de cara al suelo, sino mirando al cielo, donde, como confiaba su corazón cristiano, no existen verdugos ni opresores, donde la fe no mata, ¡donde el que reina es Dios!» —Articulo publicado en La Patria, de Manila, número extraordinario citado.
  2. El Sr. Calderón, en su carta citada, dice: «El dato de la hora lo tengo muy presente, puesto que aquel día no quise salir de mi casa, y sentado en mi escritorio estuve mirando reloj: vivía yo en la Ermita, desde donde oí la descarga, que me hizo saltar las lágrimas. Mi pobre mujer, que tenía un hijo enfermo en los brazos, cayó al suelo sollozando. En una casa de filipinos vecina á la mía, desde las seis de la mañana se oían rezos por el alma de Rizal. —También le puedo decir, y esto lo se por testimonios auténticos de personas que estaban en el campo, que de Cavite, mejor dicho, del campo insurrecto, habían llegado hasta Pasay unos 200 hombres dispuestos á entrar en Manila en el momento del fusilamiento.» —Algo parecido se intento también en 1872, cuando ahorcaron á los presbíteros Gómez, Burgos y Zamora.
  3. Este Sr. Ruiz Castillo es el mismo que, en unión de otro compañero, certificó oficialmente la muerte de Rizal, en estos términos:
    «Don Felipe Ruiz y Castillo, Médico mayor con destino en el Hospital militar de esta plaza, y D. José Luis y Saavedra, Médico segundo, en ex-