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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

»El Padre. —Esta mañana es todavía más hermosa…

»Rizal. —¿Por qué, Padre?…

»(La comitiva siguió su marcha algo más acelerada, y nada más pude oir.)» (Dr. Saura.)

«Pasando frente al Ateneo, volvió hacia él su rostro varias veces. Cuando iba a entrar en Bagumbayan (Paseo de la Luneta) volvió la cabeza, y mirando las torres de la iglesia del Ateneo, preguntó: «¿Es aquello el Ateneo?» —«Sí, le dijeron» [los jesuítas]. —«Pues siete años pasé yo allí».

»Y dirigiéndose á su defensor, que iba junto al P. March, le dijo:

»—Todo lo que me han enseñado los jesuítas ha sido bueno y santo: en España y en el extranjero es donde me perdí»[1].

«Siguió [Rizal] por el paseo de la Luneta (dice el Dr. Saura), primeramente por la pista que los carruajes llevaban al entrar por el lado del mar, y luego hizo un cambio hacia la izquierda; subió ágil, de un salto, el pretil, algo elevado, que separaba dicha pista del paseo de á pie, y entrando en el cuadro, fué á colocarse al otro lado del paseo, contiguo al campo de Bagumbayan.

»Allí, en su puesto ya, pidió al Capitán que mandaba la fuerza del regimiento de infantería que había de fusilarle, que le fusilase de frente. —«No puede ser, porque yo tengo orden de fusilarle á usted por la espalda», respondió el Capitán. —Y Rizal arguyó: —¡Yo no he sido traidor á mi Patria ni d la nación española!

»El Capitán. —Mi deber es cumplir las órdenes que he recibido.

»Rizal.Pues bien: fusíleme como quiera».

Rizal había puesto gran empeño en ser fusilado de frente; pero no pudo lograrlo. Logró, en cambio, que fuese respetada su cabeza, aquella cabeza pensadora, y se le ofreció que le harían los disparos al corazón. No quiso arrodillarse, á lo que fué invitado. Momentos antes de haber penetrado en el cuadro había dicho, dirigiéndose á uno de los jesuítas: «¡Oh, Padre!; ¡cuán terrible es morir!; ¡cuánto se sufre!… Padre; perdono á todos de todo corazón; no tengo resentimiento con nadie; créame vuestra reverencia. —Y casi la última palabra que habló, fué: Mi gran soberbia, Padre, me ha traído aquí»[2].

Habíase despedido de su defensor con un fuerte apretón de manos; había hecho otro tanto con los jesuítas, que le dieron á besar un crucifijo, y después del breve diálogo que mantuvo con el Capitán, volvióse de cara al mar, y quedó, por consiguiente, de espaldas al pique-


  1. Rizal y su obra, capitulo citado. —El Sr. Taviel de Andrade, á quien consulté, me contestó en carta que conservo ratificando la veracidad de esta frase del relato jesuítico.
  2. Rizal y su obra, capitulo xviii.