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W. E. RETANA

gañaban, y hacían burla de mí hasta los banqueros del Pásig. Los mismos filipinos no estaban muy prendados de los hechos de este infeliz: algunos me combatían, pero de igual á igual, sin que nadie hablara aún de esos apostolados, supremacías ni monsergas que me han perdido. Pero marché á Londres, y allí pude notar que se me atacaba con saña, se predicaba contra mi libro, se abominaba de mí, y aun creo que se concedieron [así es la verdad] indulgencias á folletos [de Fr. José Rodríguez] en que se me injuriaba. Resultó lo que había de suceder: cada sermón, á los ojos de mis paisanos, era una homilía; cada injuria, un elogio; cada ataque, nueva propaganda de mis ideas. ¿A qué negarlo? Me envanecía semejante campaña; pero, créanme —y eso lo saben ustedes mejor que yo,— que ni tuve importancia para tales censuras, ni soy digno de la fama que mis engañados partidarios me dan: los que me han tratado, ni me suben á los cuernos de la luna, ni me fusilarían tampoco. Creeríanme como soy: inofensivo; los más fanáticos por mí son los que no me conocen; si los filipinos me hubieran tratado, no hubieran hecho de mi nombre un grito de guerra.»

Y añadió en seguida:— «Si se hubieran seguido los prudentes consejos del P. Nozaleda, entonces Rector del Colegio de San Juan de Letrán, que lejos de avivar la campaña contra mí marcaba el camino del desvío, no dando importancia á los actos de un jovenzuelo ni á sus escritos, yo no estaría ahora en capilla, ¡y quién sabe si en Filipinas no camparía la insurrección!»[1].

É inmediatamente profirió algunos conceptos de marcado desdén para otros redentores, que suponían al pueblo filipino en condiciones de regirse por sí mismo; á su juicio, el pueblo necesitaba una preparación que aún no tenía, por más que no faltase quien creyera lo contrario.— «¡Eso es, exclamó, lo que propalan los Lunas y los de Malolos! ¡Bah!…»[2]. —Prosigue el Sr. Mataix:

«Asimismo me indicó, ante testigos (recuerdo á D. Manuel Luengo [Gobernador de Manila] y al P. Rosell, de la Compañía de Jesús), que él reconocía ser la bandera de la insurrección, y que bajo el punto de vista español, iba á estar bien fusilado.

»Se quejó amargamente del general Blanco, porque lo hizo prender antes de llegar á Barcelona, siendo así que él no fué á España como deportado; y la prueba, me dijo (y de esto hacía un argumento en pro de su inocencia, que impresionaba), es que el Capitán del barco en que viajábamos con rumbo á España D. Pedro Roxas y yo, no tenía ins-


  1. Carta particular de S. Mataix, citada en la nota precedente.
  2. ¿Qué mejor prueba del antagonismo que existía entre Rizal y algunos de sus más calificados paisanos? Como que Rizal era el teorizante romántico, y los otros los verdaderos revolucionarios de acción.