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W. E. RETANA

que no en Filipinas, si no fortuna, al menos podré encontrar salud.

»Acepto, pues, agradecido mi traslado á la Península, y espero que V. E. lo decretará cuanto antes, pues es un acto de humanidad propio de los elevados sentimientos de V. E.

»Dios, etc. —Dapitan, 8 de Mayo de 1895. —José Rizal

¿Qué revolucionario es éste, que opta por alejarse de su amada patria, abandonando los intereses que se había creado en Mindanao?

Blanco le contestó[1]:

«Manila, 1.º de Junio de 1895. —Sr. D. José Rizal. —Muy señor mío y de mi consideración: La venida á esta capital del Comandante P. M. de ese distrito [Sr. Sitges], ha sido causa de que no haya contestado antes á su petición, de que le consintiese roturar terrenos para el establecimiento de una colonia agrícola cerca del seno de Sindangan. — Como era natural, le pedí informes sobre el particular, y mi carta se cruzó con él en camino; durante su estancia me he ocupado de este asunto, y en vista de sus informes, no tengo inconveniente alguno en acceder á sus deseos, y celebraré mucho que los resultados que obtenga le compensen sus trabajos, etc., etc.»

La carta del general Blanco accediendo a los deseos de Rizal produjo á éste una nueva decepción. Rizal vivía lleno de incertidumbre, y quería á toda costa salir de Filipinas. Las ilusiones que se había forjado de ser dichoso en Mindanao, dedicado á la agricultura, junto a su familia, recibían un golpe cada vez que hasta él llegaban, y llegaban con frecuencia, noticias de los anhelos de la plebe tagala, que no eran otros que los de realizar una sangrienta revolución. Pero Rizal no quería salir de su país si no era legalmente. Tuvo muchas ocasiones en que poder evadirse, y nunca lo pretendió. Poseía embarcación propia, un baroto, y á lo mejor emprendía viajes por el litoral que duraban ocho días. ¿Qué trabajo le hubiera costado transbordar de su baroto á una embarcación mayor, fletada al efecto, y desembarcar en una playa extranjera, donde no habría habido posibilidad de que le hubiesen echado el guante? Sobre la evasión de Rizal, sus admiradores acariciaron no pocos planes, que Rizal rehusó constantemente. ¿Y su palabra empeñada? La fuga, además, se hubiera interpretado como una negación de españolismo, y por esto no pasaba el deportado, que, cual otro Dreyfus, no tenía más pesadilla que la de vindicarse. Rizal, digámoslo de una vez, sea que con los sinsabores de la proscripción había adquirido una mayor experiencia de las cosas de la vida práctica, sea que, después de haber causado, aunque indirectamente, la ruina de sus deudos, no abrigaba otra ambición que


  1. Según minuta que se halla unida á la carta-exposición de Rizal.