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W. E. RETANA

lante, provocaba una protesta del fraile; y el fraile llegó á aborrecer todo cuanto significara progreso, y, por consiguiente, á crearse un estado de ánimo de rebeldía para todo lo que le rodeaba, si de ello no transcendía el servilismo humillante de otros tiempos. Marcelo del Pilar, estudiando precisamente los proyectos de Maura, después de recordar que en tiempos pasados había habido frailes que querían sinceramente á los indígenas, exclama[1]:

«Pero ¡cuánto va de ayer á hoy! Un cambio radical se observa en la relación social del fraile con elementos populares de Filipinas. El mutuo cariño de ayer entre unos y otros elementos se va convirtiendo en desafecto rayano en odio profundo, siendo notables los imprudentes retos que al pueblo filipino se suelen dirigir desde la cátedra del Espíritu Santo. Nosotros habíamos tomado acta del reto de un fraile apellidado Coco, que, predicando en un templo de Manila con motivo de una solemnidad religiosa, pronunció enfáticamente, y á lo D. Juan Tenorio, estas palabras: ¿Sangre queréis? ¡¡Pues sangre correrá!!»

Y véase cómo una reforma buena venía á ser funesta. La municipal de Maura estaba inspirada en un sentimiento de justicia; pero restaba al fraile omnímodas facultades, y el fraile paró en faccioso, tanto más faccioso cuanto más patriota… Y el odio al fraile cundía, y con este odio, necesariamente, el pesimismo. España era, sin duda, una buena madre, honrada y generosa; pero los intérpretes del espíritu de España en Filipinas, unos déspotas implacables, sistemáticos, irreducibles. Y acábase por ver que había algo de santo en los trabajos de conspiración, porque significaban la protesta de la dignidad herida. Ya lo dijo el padre Coco: «¡Sangre correrá!» —Y corrió.

Por entonces los trabajos de la Masonería tomaban cierto vuelo. Descubiertos algunos de sus papeles, sirviéronle de pretexto á Quioquiap (Pablo Feced) para llamar la atención, desde las columnas de La Política de España en Filipinas, de los poderes públicos; el articulista español quería mayores restricciones aún de las que había; á lo que respondió Marcelo del Pilar, muy razonablemente, desde La Solidaridad (número del 31 de Enero de 1894):

«Verdad es, que tanto la propaganda pacífica, como la insurrección separatista conspiran á un mismo fin, que es el imperio del Derecho y la desaparición del desequilibrio social; pero también lo es que siendo eficaz la propaganda, se hace innecesaria, y como innecesaria pierde su viabilidad, la guerra separatista.

»Si la propaganda legal resulta bastante para llevar al convencimiento de los gobernantes la conveniencia de dignificar su desenvol-


  1. La Solidaridad, núm. 102: Madrid, 30 de Abril de 1893.