Página:Vida y escritos del Dr. José Rizal, por Wenceslao Retana.pdf/278

Esta página ha sido corregida
258
W. E. RETANA

descatolizantes tan entusiastas de la Nacionalidad como pueda serlo Despujol? Y en último término, ¿es descatolizar el censurar los abusos de los frailes, explotadores de la mansedumbre de los indios sencillos y pacatos?… Lo correcto, lo justo, lo equitativo habría sido que Despujol hubiese puesto á Rizal á disposición del Juez: sólo así la descalificación de Rizal, de haberse probado los hechos de que le acusaban, no habría ofrecido dudas: porque ello es que han pasado algunos años, no son ya los filipinos súbditos de la nación española, y es lo cierto que los filipinos continúan sosteniendo que aquello de que Rizal descargase sobre su hermana ciertas culpas, «nadie lo creyó, pues de todos era conocida la caballerosidad del deportado»[1]; como no creyeron que llevara en su equipaje los papeles pecaminosos á que el decreto hacía referencia.

Esto de los papeles constituye un tema espinoso y enojoso que requiere examen. Habrá que contraponer razones y razones, argumentos y argumentos. En favor de Despujol, urge apuntar su proverbial hidalguía, nota esencial de su carácter quijotesco. Y en favor de Rizal los rasgos, bien conocidos, de su manera de ser y de proceder. Á la verdad, no se concibe cómo un hombre de su talento, cauteloso, sagaz, previsor y reservado, cometiera la insensatez de llevar consigo papeles comprometedores; cuesta mucho trabajo concebir que el sesudo Rizal cometiera tan estupenda tontería. En cuanto á que descargara sobre su hermana la responsabilidad, tiene mucho de increíble: la confesión acusa cobardía, y Rizal no era cobarde; acusa indelicadeza, y Rizal, en las cosas de esta índole, fué siempre un hombre de honor. — Entonces, dirán algunos, ¿por qué no cumplió lo que á Despujol había prometido, no meterse en política? — El sectario, en su oficio, no se cree obligado á cumplir lo que promete: los diputados republicanos prometen «por su honor» (Rizal no había hecho tanto) respetar las Instituciones fundamentales del Estado, y si no proclaman la República es sencillamente porque carecen de medios para lograr su deseo; miles de militares juraron solemnemente fidelidad al régimen, y, sin embargo, se sublevaron, el gran Martínez Campos entre ellos: y nadie ha puesto en duda el honor de los diputados y de los militares aludidos. En política no hay promesa ni juramento que valgan: cuando llega el caso se falta á la promesa, ó se es perjuro, sin que el honor personal experimente lesión. Si la realización del sueño dorado de Rizal —volver á su país— le costaba ofrecer no meterse en política, ¿por qué no había de ofrecerlo? Cándido fué quien le creyó. Porque no á todos les es fácil desposeerse de su idio-


  1. La Sensacional Memoria. (Ut supra.) Pág. 69.