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W. E. RETANA

ellos el citado Ong-junco[1] y su padre y Andrés Bonifacio[2]. Exceptuado Bonifacio, enteramente plebeyo, ninguno de los congregados era de todo punto vulgar. Habíalos que conocían Europa; habíalos con carrera y dinero; eran todos inteligentes y activos; todos ellos significaban, en un sentido ó en otro, fuerza. Y ¡quién lo hubiera dicho entonces!… el que vino á descollar á manera de gigante, el hombre-voluntad del monipodio, fué el «bodeguero», el plebeyo Bonifacio, que realizó la Revolución ¡sin haberse puesto en su vida calcetines! ¡Quién sabe!… Acaso Rizal, tan demócrata, pero tan atildado en su indumentaria y en su mentalidad, en aquella reunión memorable tuviera fe en todos los asistentes, menos en Bonifacio, que vino á ser poco después el impetuoso Elías del Noli me tángere!

Reunidos los mencionados, Rizal, presidiéndoles, les dirigió la palabra. Era llegada la hora de que los filipinos pensasen seriamente en su redención. Á fines del siglo XIX no estaba bien que, en rigor no pasasen de la categoría de parias: carecían de los derechos políticos á que se creían acreedores. Para lograrlos, él y otras personas, algunas de ellas españolas, habían trabajado en vano. No los tenían, ni los tendrían nunca, porque á los frailes, verdaderos dueños del país, no les convenía. El Gobierno habíase asociado en lo político á los frailes, ya fuese conservador, ya fuese liberal[3]: por lo tanto, era cosa de pensarlo: no bastaba ser enemigo de los frailes, era preciso ser también enemigo del Gobierno. Frailes y gobernantes, para los efectos de la libertad del pueblo filipino, todos eran unos. ¡Qué!, ¿tendrían que renunciar á ser hombres, verdaderos hombres, con derecho á los Derechos del Hombre? ¿Y esto había de continuar por los siglos de los siglos?… ¿De qué sirve, diría, que nos hagan abogados ó médicos; de qué sirve que ante el Código civil seamos «españoles», si nos prohiben pensar, y, si no esto, porque no cabe en lo humano,


  1. Doroteo Ong-junco, hijo del mestizo chino-tagalo del mismo apellido, propietario, como su padre; fué miembro del Consejo de la Liga.
  2. Andrés Bonifacio, tagalo, almacenero de una fábrica de ladrillos propiedad de la casa Fressel, extranjera. ¡Gran figura! Plebeyo, sin instrucción apenas entonces, dióse á leer con entusiasmo creciente, pero sobre todo las obras revolucionarias; las concernientes á la Revolución Francesa dicen que le trastornaron algo el seso. Sanguinario, temerario, comunista exaltado, ambicioso, algo desordenado en la administración de fondos, Andrés Bonifacio recibió la inspiración de Pilar por conducto de Moisés Salvador, y logró que cristalizara el Katipunan. Precipitóse, y sin orden de ninguno de los conspicuos promovió la Revolución. Los acontecimientos lleváronle á la provincia de Cavite, y allí murió en la brecha. A excepción de este último, ninguno de los que acudieron á oir á Rizal hizo armas contra España. Téngase en cuenta.
  3. Los únicos que se desviaron de la rutina fueron Moret y Maura, y un tanto Becerra. Esto les valió que les llamasen filibusteros.