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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

finca, y como ninguno se llevase nada, hubo que prender fuego á lo que era un estorbo: y el solar quedó «desalojado»; el solar quedó expedito: ¡habíase cumplido la sentencia!… Y el humo de los despojos se disipó en el ambiente, y el odio á los frailes se acentuó más y más en el alma del pueblo filipino…

Por lo que toca al general Weyler, ¿qué había de hacer sino amparar la ejecución de un fallo firme de los Tribunales de justicia? En Madrid, sin embargo, pintáronle los periódicos radicales como un protector resuelto de los frailes, desfigurando los hechos, y hasta se celebró un meeting, donde no faltó orador que juzgase al General como un segundo Nerón; cuando la verdad es que con sus medidas previsoras supo evitar que en Calamba hubiera corrido sangre[1]. Precisamente la tropa se condujo en Calamba «con extremada cordura»: «no ha hecho (dice el documento de referencia) extorsión de ningún género á ninguno de los vecinos. El Coronel y los Oficiales han estado hospedados por su cuenta en una casa principal por ofrecimientos del dueño, y la tropa en otra casa desalquilada, vacante á virtud de desahucio; ha pagado religiosamente al pueblo raciones y demás que ha necesitado, y en los diferentes incendios realizados ó frustrados por los rebeldes insidiosa y traidoramente (al Juez de paz le han quemado la casa y un camarín lleno de grano), ha prestado eficacísimo auxilio y trabajado como si fuese un cuerpo de bomberos». Mas no fué lo peor que muchos calambeños, los sentenciados por los Tribunales, se viesen sin albergue: lo peor fué que estudiando sobre el terreno el coronel Olive el problema de Calamba, persuadido de que era político esencialmente, y de que allí no habría sosiego público ínterin ciertos elementos (los más decididos de entre los secuaces de Rizal) continuaran en la finca, instruyó un expediente para proponer, como lo hizo, la deportación de veinticinco sujetos, los cuales, fanatizados por las teorías y promesas de Rizal, se burlaban de la ley y vivían en constante rebeldía. Y la Autoridad suprema del país, ¿qué había de hacer sino atenerse á las prácticas de buen gobierno usuales? Dióse, pues, cumplimiento á lo propuesto, y veinticinco individuos, deudos unos y amigos apasionados los restantes de Rizal, fueron deportados á Joló. La Autoridad cumplía con su deber… y los frailes continuaban concitando para sí el odio del pueblo filipino.

No es difícil imaginarse la tensión de nervios que experimentaría


  1. La carta de La Epoca produjo un efecto tan contundente, que á partir de su publicación enmudecieron los periódicos que hasta entonces habían atacado al General, con excepción de El País. No fué Weyler, ni fueron las tropas, las que destruyeron y quemaron: fueron los agentes del Juzgado, en cumplimiento de la sentencia transcrita. — Véase mi revista La Política de España en Filipinas, número del 5 Enero 1893.