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W. E. RETANA

la dignificación del pueblo; ansía que los filipinos forjen una patria, para lo cual reputa indispensable el aniquilamiento de toda la podredumbre… La novela no es separatista; y, sobre no serlo, no es sistemáticamente hostil al espíritu español, hostilidad que se acentúa más en el Noli me tángere que en El Filibusterismo. Nótese que el protagonista, Ibarra-Simoun, desciende de españoles; y nótese que María Clara, por quien enloquece ó punto menos el protagonista, es hija de español (¡engendrada por un fraile!). Un autor ávido de gloria de los suyos, habría hecho que la ideal María Clara hubiera sido india pura, y que el genio de la destrucción de los vicios de su patria, Simoun, hubiera sido indio puro. En El Filibusterismo, Rizal atenúa apasionamientos cometidos en su primera novela; en esta segunda nos pinta un español honrado, inteligente, lleno de civismo, defensor resuelto de los filipinos (el alto funcionario que despacha con el General), así como nos pinta un fraile (el P. Rodríguez) partidario del progreso intelectual y moral de los hijos del país. Y en cambio nos presenta al Sr. Pasta, insigne abogado indígena, que pasa por todo, contemporizador calculista con tal de no interrumpir la marcha rutinaria de las cosas.

Pero hay más. El filibusterismo recibe un golpe de maza con El Filibusterismo, cuya síntesis es: no merecemos ni debemos triunfar; pero es que, si triunfásemos, lo pasaríamos peor: los siervos de hoy se convertirían en tiranos; el país se transformaría en un aquelarre peor que el de la última republiquilla sudamericana, donde sólo prevalecen confusión é iniquidad: estudiemos, dignífiquémonos, originalicémonos, seamos nación, y entonces, la misma Providencia nos lo dará todo hecho. El Filibusterismo es un tratado de nacionalismo, á par que una nueva advertencia á la Metrópoli de que, con su régimen, no podía tener la voluntad de los nacidos en la Colonia. Ibarra, impulsado por los hechos de los españoles, acaba por aborrecer á España. Y así Basilio, que rechaza reiteradamente los planes de Simoun, y acaba, fatalmente, por ser filibustero, á impulso de las iniquidades que el régimen colonial comete en la persona del infeliz estudiante…

Habría sido El Filibusterismo un libro filibustero si la bomba-lámpara hubiera estallado y en la casa del español Peláez hubiesen perecido desde el Capitán general hasta el más modesto de los concurrentes; si las hordas se hubiesen apoderado de Manila, y, en fin, triunfante la revolución, viésemos la apoteosis de la misma. Rizal hace que la revolución aborte por dos veces, y que de aquellos abortos no quede otro sedimento que ¡una cuadrilla de tulisanes!… Y que toda la riqueza de Simoun (el instrumento de la revolución) vaya á sepultarse en el fondo del Pacífico, por mano de un venerable sacer-