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W. E. RETANA

con la primera aurora. Nuestro mal lo debemos á nosotros mismos; no echemos la culpa á nadie. Si España nos viese menos complacientes con la tiranía y más dispuestos á luchar y á sufrir por nuestros derechos, España sería la primera en darnos la libertad; porque cuando el fruto de la concepción llega á su madurez, ¡desgraciada la madre que lo quiera ahogar! En tanto, mientras el pueblo filipino no tenga suficiente energía para proclamar, alta la frente y desnudo el pecho, su derecho a la vida social y garantirlo con su sacrificio, con su sangre misma; mientras veamos á nuestros paisanos en la vida privada sentir vergüenza de sí, oir rugiendo la voz de la conciencia, que se rebela y protesta, y en la vida pública callarse, hacer coro al que abusa para burlarse del abusado; mientras los veamos encerrarse en su egoísmo y alabar con forzada sonrisa los actos más inicuos, mendigando con los ojos una parte del botín, ¿á qué darles libertad? Con España y sin España serían siempre los mismos, y acaso, ¡acaso peores! ¿Á qué la independencia, si los esclavos de hoy serán los tiranos de mañana? Y lo serán sin duda, porque ¡ama la tiranía quien se somete á ella! Sr. Simoun, mientras nuestro pueblo no esté preparado, mientras vaya á la lucha engañado ó empujado, sin clara conciencia de lo que ha de hacer, fracasarán las más sabias tentativas; y más vale que fracasen; porque ¿á qué entregar al novio la esposa si no la ama bastante, si no está dispuesto á morir por ella?»[1].

Anochecía. Simoun estrechó efusivamente la mano del sacerdote. Perdía fuerzas… Callaba… Y prosiguió el P. Florentino:

«—¿Dónde está la juventud que ha de consagrar sus rosadas horas, sus ilusiones y entusiasmo al bien de su patria? ¿Dónde está la que ha de verter generosa su sangre para lavar tantas vergüenzas, tantos crímenes, tanta abominación? ¡Pura y sin mancha ha de ser la víctima para que el holocausto sea aceptable!… ¿Dónde estáis, jóvenes que habéis de encarnar en vosotros el vigor de la vida que ha huído de nuestras venas, la pureza de las ideas que se ha manchado en nuestros cerebros y el fuego del entusiasmo que se ha apagado en nuestros corazones?… Os esperamos, ¡oh jóvenes!, venid, que os esperamos. Simoun murió sin pronunciar una sola palabra. — «¡Dios tenga piedad de los que le han torcido el camino!» —murmuró el cura; llamó á los criados, y todos juntos oraron… Luego, y después de alguna vacilación, sacó el cura de un armario la maleta de acero


  1. Este admirable fragmento, sobre el cual nos permitimos recomendar al lector que fije bien su atención, sintetiza como ningún otro todo el pensamiento político de Rizal, gran nacionalista en efecto, pero no partidario del separatismo por la violencia.