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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

con un grupo de insurrectos las puertas del convento donde se halla María Clara… «La quiero salvar (dice): por salvarla he querido vivir, he vuelto… hago la revolución, porque sólo una revolución podrá abrirme las puertas de los conventos.» (María Clara se transforma aquí en figura simbólica; de otra suerte, el ya inverosímil Simoun nos resultaría más inverosímil todavía: en el siglo XIX ¡no se hace una revolución por una novia!)

«—¡Ah!, dijo Basilio juntando las manos; llega usted tarde, ¡demasiado tarde! ¡María Clara ha muerto!»

Simoun, lleno de dolor, fuese á la calle. Basilio, con los ojos humedecidos por las lágrimas, quedóse pensativo.

«Y sin acordarse de estudiar, con la mirada vaga en el espacio, estuvo pensando en la suerte de aquellos dos seres, el uno (Ibarra) joven, rico, ilustrado, libre, dueño de sus destinos, con un brillante porvenir en lontananza; y ella, hermosa como un ensueño, pura, llena de fe y de inocencia, mecida entre amores y sonrisas, destinada á una existencia feliz, á ser adorada en familia y respetada en el mundo; y sin embargo, de aquellos dos seres llenos de amor, de ilusiones y esperanzas, por un destino fatal, él (Simoun) vagaba por el mundo, arrastrado sin cesar por un torbellino de sangre y lágrimas, sembrando el mal en vez de hacer el bien, abatiendo la virtud y fomentando el vicio, mientras ella se moría en las sombras misteriosas del claustro, donde buscara paz y acaso encontrara sufrimientos, donde entraba pura y sin mancha y expiraba como una ajada flor!…

»Duerme en paz, hija infeliz de mi desventurada patria! ¡Sepulta en la tumba los encantos de tu juventud, marchita en su vigor! Cuando un pueblo no puede brindar á sus vírgenes un hogar tranquilo, al amparo de la libertad sagrada; cuando el hombre sólo puede legar sonrojos á la viuda, lágrimas á la madre y esclavitud á los hijos, hacéis bien vosotras en condenaros á perpetua castidad, ahogando en vuestro seno el germen de la futura generación maldita. ¡Ah! ¡Bien hayas tú, que no te has de estremecer en tu tumba oyendo el grito de los que agonizan en sombras, de los que se sienten con alas y están encadenados, de los que se ahogan por falta de libertad! ¡Ve, ve con los sueños del poeta á la región del infinito, sombra de mujer vislumbrada en un rayo de luna, murmurada por las flexibles ramas de los cañaverales! ¡Feliz la que muere llorada, la que deja en el corazón del que la ama una pura visión, un santo recuerdo, no manchado con mezquinas pasiones que fermentan con los años!… ¡Ve; nosotros te recordaremos! En el aire puro de nuestra patria, bajo su cielo azul, sobre las ondas del lago que aprisionan montañas de zafiro y orillas de esmeralda; en sus cristalinos arroyos que som-