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XIII
PRÓLOGO

útil á mi tesis del momento, reproduzco á continuación el párrafo aludido:

«Tengo tal fe en la vitalidad de España, que creo que todo lo que hagamos aquí no podrá en lo más minimo perjudicar esa vitalidad; yo entiendo que España se salvará de todas sus crisis; tengo un optimismo grande enfrente del pesimismo que á otros machos desalienta. No soy de los que creen que España es una nación moribunda ni decadente, sino enferma, con altas calenturas allá en Cataluña y Vasconia, con triste anemia en todo el resto del país; terribles calenturas que quizás han llegado á su más alta temperatura en las dos comarcas aludidas con motivo de la pérdida de las colonias, que las ha afectado grandísimamente. Siguiendo en esas provincias una política de amor y de cariño, y no de desconfianza, llevando allí una política de afecto y una descentralización verdad, haciéndolas ver que nuestro crédito puede recobrar y recobra con efecto su antigua situación, esa calentara quedará curada; yo entiendo que no debemos irritar de ninguna manera á los que están padeciendo una fiebre para no llevarles á la desesperación y á la locura

¿Curará esa fiebre el proyecto de Administración local presentado por Maura en este Junio de 1907?…

La fiebre no se curará: esa España negra atiza los antagonismos, habla de odios entre unas provincias y otras, que en el fondo no existen, como habló del odio de los filipinos á España, que tampoco existió nunca, originando así con la calumnia la catástrofe. Quisiera en un transparente de la Puerta del Sol grabar, para que todos las leyeran, las palabras de un filipino de gran autoridad allí, pronunciadas nueve años después de nuestra dominación, y que por ello no pueden atribuirse ni á la adulación ni al miedo: son un monumento de amor á España y de maldición para los frailes. Lean todos lo que dice el docto catedrático D. Felipe Calderón:

«¿Que por qué nos hemos rebelado contra España si ella era verdaderamente noble, altruísta y generosa? ¡Callad, infames traidores, Nerones que insultáis y asesináis á vuestra propia madre, cuya sangre corre por vuestras venas; callad, que el mundo se estremece de espanto y de horror oyéndoos hablar con tanto cinismo, con tan inaudito descaro!

»Los filipinos no nos hemos rebelado contra España, á quien continuamos idolatrando y venerando en el santuario de nuestra alma; nos hemos rebelado, sí, contra la soberanía monacal que imperaba despóticamente en nuestra tierra; contra el fraile que se ha erigido en señor de horca y cuchillo en este país, burlándose de las justísimas leyes promulgadas por la Metropoli, gracias á la inmoralidad y