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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

que su verdadero padre, el que la había engendrado, no era Capitán Tiago, sino ¡el P. Dámaso! Así pudo colegirlo de dos cartas de su difunta madre, las cuales le fueron ofrecidas á cambio de la de Crisóstomo que ella había guardado tantos años en el seno…

Se separaron. Ibarra se volvió á la banca ó canoa en que por el estero había sido conducido, y en la cual estaba Elías… Ambos remontan el Pásig, el río que une el gran lago de Bay, donde está el pueblo de San Diego, con Manila… Pasan grandes apuros para no ser descubiertos. Pero los carabineros persiguen la banca, que iba ya cerca del lago: Elías decide arrojarse al agua, para que se le tome por Crisóstomo; suena un tiro: un hombre se hunde para siempre, y un poco de sangre tiñe la superficie del agua. Por Manila cunde la noticia de que Ibarra había muerto. Éste ganó tierra, con su saquito de alhajas bajo el brazo; y después de vagar dos días por el bosque, hambriento, encuéntrase á un muchachuelo, ex monaguillo del P. Salví, hermano de aquel otro á quien dicho fraile había matado á palos. Aquel niño, Basilio, no sabía qué hacer con el cadáver de su madre, que acababa de morir, loca, á causa de las persecuciones inicuas de que la hacía objeto la Guardia civil. (Pág. 349.)

[Ibarra:] «—¿Qué piensas hacer?

[Basilio:]«—¡Enterrarla!

»—¿En el cementerio?

»—No tengo dinero, y además no lo permitiría el cura.

»—¿Entonces…?

»—Si me quisiéseis ayudar…

»—Estoy muy débil… y se dejó caer poco a poco en el suelo, apoyándose con ambas manos en tierra; estoy herido… Hace dos días que no he comido ni dormido… ¡Escucha! continuó con voz más débil; habré muerto también antes que venga el día… A veinte pasos de aquí, á la otra orilla del arroyo hay mucha leña amontonada; tráela, haz una pira, pon nuestros cadáveres encima, cúbrelos y prende fuego, mucho fuego hasta que nos convirtamos en cenizas…

»Basilio escuchaba.

»—Despues, si ningun otro viene… cavarás aquí, encontrarás mucho oro… y todo será tuyo. Estudia!

»La voz del desconocido se hacía cada vez más ininteligible.

»—Ve á buscar la leña… quiero ayudarte.

»Basilio se alejó! El desconocido [Ibarra] volvió la cara hácia el Oriente y murmuró como orando:

»—Muero sin ver la aurora brillar sobre mi patria…! vosotros, que la habeis de ver, saludadla… no os olvideis de los que han caido durante la noche!»