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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

blo. En el camino se topó con Fr. Salví (sucesor del P. Dámaso en la parroquia del pueblo), y, mirándole de hito en hito, «se detuvo un momento». «Sólo un segundo duró la vacilacion: Ibarra se dirigió á él rápidamente, le paró dejando caer con fuerza la mano sobre el hombro y en voz apenas inteligible,

»—¿Qué has hecho de mi padre?, preguntó.»

Pero al caer en la cuenta de que Fr. Salví era ajeno en absoluto á la trastada de Fr. Dámaso, «abandonó al pobre P. Salví», y «se dirigió precipitadamente á su casa». ¡Ya estaba indispuesto con dos frailes, y no había hecho más que llegar á Filipinas!

Al día siguiente, Ibarra y el maestro de escuela de San Diego visitaron el sitio desde el cual había sido arrojado á la laguna el cadáver del padre de Crisóstomo, según versión que el sepulturero había hecho al pedagogo. Ibarra mostróse agradecido; y el maestro, que era un hombre honrado y de conciencia,— «¡No tiene V. que agradecérmelo! (exclamó). Debía muchos favores á su padre, y el único que le hice fué acompañarle al sepulcro.» —Crisóstomo y el maestro hablaron largo y tendido sobre la enseñanza en Filipinas: éste era amante de difundir la instrucción; pero no podía verificarlo con fruto, con todo el fruto que él anhelaba, porque el fraile-párroco se oponía á todo lo que fuera provechoso, señaladamente á que los niños aprendiesen el idioma castellano… «¡No seamos tan pesimistas!», fué la frase con que el buen Ibarra echó la llave al discurso del maestro. Separáronse, y Crisóstomo se dirigió al Tribunal (Junta municipal): presenció la sesión; oyó muchas tonterías que le llevaron á experimentar conmiseración por sus paisanos, tan zafios, tan majaderos, á causa precisamente de la educación político-social, impuesta por los frailes, que por rutina seguían.

«Han pasado tres días.» Seguimos en San Diego, adonde han llegado, con toda felicidad, María Clara y su vieja tía Isabel. Se hacen preparativos para la fiesta del pueblo, que muy en breve se celebrará con toda la esplendidez propia de los filipinos. Ibarra sale á ver á su novia, y al llegar á la puerta de la casa de ésta se halla con Fr. Salví. Ambos se saludaron cortésmente. Crisóstomo sube; tiene ideada una fiesta en el campo; invita á la familia de María Clara, á varios amigos y aun al propio P. Salví (contra el deseo de la novia, que sentía cierto misterioso miedo hacia el dicho fraile). La jira se verificó á la madrugada siguiente. Concurrieron á ella: María Clara, su vieja tía, «la alegre Sinang», «la severa Victoria», «la hermosa Iday» y «la pensativa Neneng», custodiadas por algunas viejas; Juan Crisóstomo y dos amigos suyos; todos los cuales embarcaron en una pagoda, y en ella se deslizaron por el lago. Como la ocasión era

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