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W. E. RETANA

tras los otros comían piernas y pechugas, principalmente Ibarra á quien le cupieron en suerte los menudillos. El franciscano vió todo, machacó los calabacines, tomó un poco de caldo, dejó caer la cuchara con ruido, y empujó bruscamente el plato hácia delante.»

Menos mal que de todos los demás platos se atracó su reverencia; comía mucho y de prisa, y así que no habló hasta llegar á los postres. Durante la cena, menudearon las preguntas dirigidas á Ibarra, sobre todo por españoles, los cuales, en rigor, dijeron bastantes necedades: Ibarra contestó siempre con la mayor finura, y esto le llevó á hablar del extranjero; dijo que España era «su segunda patria», etc., y habría continuado disertando con su amabilidad habitual, si no hubiese sido por el efecto que le causó otra andanada del P. Dámaso:

«—Y no has visto más que eso?… ¡No valía la pena de malgastar tu fortuna para saber tan poca cosa: cualquier bata de la escuela lo sabe!»

Pero Ibarra no perdió la serenidad; con la mayor sencillez trató de cohonestar los efectos de la grosería del fraile franciscano:

«—Señores (dijo) no se extrañen Vs. de la familiaridad con que me trata nuestro antiguo cura; así me trataba cuando niño, pues para Su Reverencia en vano pasan los años; pero, se lo agradezco porque me recuerda al vivo aquellos días, cuando S. R. visitaba frecuentemente nuestra casa y honraba la mesa de mi padre. [Y, levantándose, añadió:] Vs. me permitirán que me retire, porque, acabado de llegar y teniendo que partir mañana mismo, quédanme muchos negocios por evacuar. Lo principal de la cena ha terminado y yo tomo poco vino y apenas pruebo licores. ¡Señores, todo sea por España y Filipinas!»

Y aunque le atajó Capitán Tiago para decirle en voz baja:— «¡No se vaya V.!… Ya llegará María Clara: ha ido á sacarla Isabel. Vendrá el nuevo cura de su pueblo, que es un santo», —Ibarra salió á prisa, amostazado, y detrás salió el teniente Guevara; dióle alcance, y le contó una historia, la de la muerte de D. Rafael Ibarra, padre de Crisóstomo. Era D. Rafael hijo de tagala y de un mestizo español. Muertos sus padres, dedicóse á los negocios, y se hizo rico. Tenía talento, era honrado, filántropo y algo librepensador. Feliz vivía con su hijo único; hasta que un día, preocupado por el porvenir del chico, decidió mandarlo á Europa para que aquí aprendiera «la ciencia de la vida», cosa que su patria «no podía darle», á fin de «serle un día útil» (á su patria). El viaje de Crisóstomo indignó al cura párroco, Fr. Dámaso, amigo, muy amigo hasta entonces de D. Rafael Ibarra. Anduvo el tiempo; en cierta ocasión recorría el pueblo de San Diego un ex artillero peninsular muy bruto, y tan ignorante que no sabía leer, el cual exigía á garrotazo limpio la cuota del impuesto