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W. E. RETANA

nación se enfriaba en medio de la calma peculiar de aquel pueblo. … Con todo, no niego que no haya podido influir en mí el medio en que vivía, sobre todo al recordar mi patria en medio de aquel pueblo libre, trabajador, estudioso, bien administrado, lleno de confianza en su porvenir y dueño de sus destinos.

»En cuanto á ser protestante… Si V. R. supiera lo que he perdido por no declararme conforme con las ideas protestantes, no diría semejante cosa. A no respetar yo siempre la idea religiosa, á tener para mí la religión por una ciencia de conveniencias ó por un arte de pasarlo bien en esta vida, en vez de ser un pobre deportado, sería ahora rico, libre y me vería colmado de honores… Hubiese V. R. oído mis discusiones con un cura protestante, en los largos crepúsculos de verano, ¡allá en las soledades de Odenwald! Allá, en conversación pausada y fría, teniendo la palabra libre, hablábamos de nuestras respectivas creencias, de la moralidad de los pueblos y de la influencia en ellos de sus respectivos credos[1]. Un gran respeto á la buena fe del adversario y á las ideas más opuestas, que la diversidad de raza, educación y edad tenían necesariamente que hacer surgir, nos conducía casi siempre á la conclusión de que las religiones, cualesquiera que fuesen, no deben de hacer de los hombres enemigos unos de otros, sino hermanos y bien hermanos[2]. De estas conferencias, que se repetían casi todos los días por espacio de más de tres meses, no creo haber sacado otra cosa, si mi criterio no me engaña, que un profundo respeto á toda idea sinceramente concebida y con


  1. En materias religiosas, Rizal tenía una cultura nada común entre seglares. Estando en capilla, y á poco de haberse impresionado ante la diminuta imagen del Corazón de Jesús que él había tallado con un cortaplumas siendo un niño de catorce años, pidió confesión; pero los jesuítas no accedieron en el acto, pues le exigían que abdicase en absoluto previamente de sus ideas de «librepensador». «Hubo que entrar (dicen los jesuitas) en discusión para demostrarle lo desatentado de su modo de discurrir. Rizal había leído todo lo escrito por protestantes y racionalistas, y recogido todos sus argumentos. Se discutió el criterio ó regla de fe y la autoridad de la Iglesia. Admitidas éstas, arguyó sobre la Escritura, sobre el disentimiento de San Pedro y San Pablo, sobre el poder de hacer milagros, sobre la pena de muerte y la muerte de Ananía y Zafira, sobre la Vulgata de San Jerónimo, el texto griego y la traducción de la versión de los LXX, sobre el Purgatorio, sobre las variaciones de las Iglesias protestantes; mencionó el argumento de Balmes contra ellas, que quería desvirtuar, y sobre todo, discurrir acerca de la extensión de Redención, etc., etc.» —Rizal y su obra, cap. xvii.
  2. En muchos escritos suyos se hallan estas ó parecidas palabras: Nosotros, los filipinos, tendemos los brazos á los españoles; queremos ser sus hermanos, pero ellos nos rechazan, porque somos indios. — Recuérdese lo que queda dicho acerca de su preocupación sobre el menosprecio que él creia que los blancos hacían de los hombres de color. (Véase la página 92.) En esto no fué del todo justo Rizal.