breza del suelo hizo á sus moradores andariegos,
pues ó tenían que ir á buscarse el pan á
luengas tierras, ó bien tenían que ir guiando á
las ovejas de que vivían, de pasto en pasto.
Nuestro hidalgo hubo de ver, año tras otro,
pasar á los pastores pastoreando sus merinas,
sin hogar asentado, á la de Dios nos valga, y
acaso viéndolos así soñó alguna vez con ver
tierras nuevas y correr mundo.
Era pobre, de complexión recia y seco de
carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y
amigo de la caza. De lo cual se saca que era
de temperamento colérico, en el que predominan
calor y sequedad, y quien lea el ya citado
Examen de ingenios que compuso el Doctor
Don Juan Huarte, dedicándoselo á S. M. el
Rey Don Felipe II, verá cuan bien cuadra á
Don Quijote lo que de los temperamentos
calientes y secos dice el ingenioso físico. De
este mismo temperamento era también aquel
caballero de Cristo, Iñigo de Loyola, de quien
tendremos mucho que decir aquí, y de quien
el P. Pedro de Rivadeneira[1]
en la vida que
de él compuso, y en el capítulo V del libro V
de ella nos dice que era muy cálido de
complexión y muy colérico, aunque venció luego
la cólera, quedándose «con el vigor y brío que
ella suele dar, y que era menester para la
ejecución de las cosas que trataba». Y es natural
- ↑ Le llamo P., es decir Padre, por acomodarme al uso, ó sea abuso, común en casos tales, y aunque sé que Cristo Jesús dijo: «No os llaméis Padre en la tierra; pues uno solo es vuestro padre: el que es- tá en los cielos. » Mat. XXIII, 9.