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para que yo luciese mi habilidad a estribor o babor según me acomodaba. Y concluida la maniobra, Glumdalclitch llevaba el navío a su gabinete y le colgaba de un clavo para que se enjugase.

En este ejercicio me sucedió un día cierto accidente que pudo costarme la vida. Una criada de Glumdalclitch tuvo la gracia de tomarme para pasarme al navio que estaba ya en el agua, y, dejándome escurrir entre sus dedos, hubiera caído infaliblemente de una altura como de cuarenta pies, si no tengo la fortuna de tropezar en la cabeza de un grueso alfiler que tenía preso en su delantal, del cual quedé colgado por la pretina de los calzones, hasta que Glumdalchtch acudió a socorrerme.

En otra ocasión, uno de los mozos que tenían el cargo de renovar el agua de la artesuela cada tres días, no vió una raua enorme que iba dentro del cubo, y estuvo escondida hasta que entré con mi embarcación, y hallando entonces un sitio a propósito donde poder descansar, saltó sobre ella, y la inclino tanto, que si no acudo prontamente a hacer contrapeso del otro lado, sin remedio se hubiera hundido : por último, pude ahuyentar a aquel enorme animal a golpes de remo.

Pero el mayor de los peligros en que me vi en aquel reino fué el que voy a referir. Glumdalclitch había salido a una visita o negocio propio, dejando echado el pestillo al salón donde estaba mi cajón y abiertas todas las ventanas, porque hacía un calor sofocante. Yo me había sentado junto a mi mesa bastante pensativo y melancólico, cuando me sorprendió un ruido fuerte que sonaba ya a una parte ya a otra. Aunque con recelos, tuve valor para examinario sin abandonar mi puesto. ; Cuál fué mi pavor al ver un caprichoso animal que, habiendo entrado por la ventana, no cesaba de hacer cabriolas por todo el aposento, que se acerca a ini jaula, y mirándola con GULLIVER.