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  1. - portezuclas. Jamás vio ojo inglés espectáculo tan espantoso. Allí había de todo estropeados, contrahechos, sucios, mal vestidos, cubiertos de llagas, tumores y animalitos, y todo aquello me parecía de un bulto enorme; hágase cargo el lector de la impresión que ine causarían semejantes objetos, y tenga la bondad de excusarme la descripción.

Las damas de la reina gustaban mucho de que Gluundalclitch me llevase consigo a sus cuartos para tener el entretenimiento de examinarme de cerca y hacerme fiestas. A veces me ponían desnudo de pies a cabeza, para contemplarme inejor, y luego me agasajaban poniéndome en su pecho con otras mil caricias. Pero ninguna de ellas tenía el cutis tan fino como Glumdalelitch.

Todo esto, a mi modo de entender, lo hacían por tratarime sin ceremonia, como a una criatura de la que nada había que temer, por lo cual tampoco tenían reparo en desnudarse en mi presencia hasta quitarse la camisa, sin respeto al pudor y la buena crianza, mientras yo solía estar enfrente sobre su tocador, y a pesar mío, no podía excusarme de verlas; digo a pesar mío porque, a la verdad, aquella visión no me causaba la menor impresión. Su cutis me parecía áspero, desunido y de diferentes colores, sembrado de manchas tan grandes como platos: sus largos cabcllos colgaban al modo de una madeja de cordeles, y por este orden veía toda la deformidad de su cuerpo, debiendo sacar por conclusión que la hermosura de las mujeres que nos hace tanta impresión, no es más que una cosa imaginaria, pues no hallaríamos diferencia de nuestras europeas a aquéllas, si nuestros ojos fueran microscopios. Suplico al bello sexo de mi país que no tome a mal esta reflexión. Poco importa a las bonitas parecer feas a la perspicaz vista que nunca las ha de observar. Nada he dicho de nuevo para los filósofos; pero como sus ojos son lo mismo que los