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cosa iba haciendo Su Majestad las reflexiones y observaciones más sabias que le dictaban su perspicaz talento y juicio sólido. IIabiendo llegado a los dos partidos que dividen la Inglaterra, me preguntó si era yo wigh, o tory: y volviéndose después hacia su primer ministro, que estaba detrás en pie como un bastón blanco en la mano tan alto como el palo mayor del Soberano Real, exclamó: «; Desdichada naturaleza humana! ¡cuán poco montan tus grandezas, cuando unos viles insectos quieren suponer también ambición y gozar de jerarquías y distinciones entre ellos tienen andrajos con que cubrirse, vivares. jaulas y cajones que llaman alcázares y palacios; equipajes, libreas, títulos, empleos, ocupaciones, y pasiones como nosotros. Entre ellos se encuentra el amor, el odio, el engaño y la traición como aquí.» De esta suerte filosofaba Su Majestad acerca de lo que le había referido de Inglaterra, y yo estaba ardiendo de indignación y coraje de ver mi patria, la maestra de las artes, la reina de los mares, la árbitra de la Europa, la gloria del Universo, tratada con tanto menosprecio.

Pero nada me incomodaba ni ofendía tanto como un enano que tenía la reina, el cual, siendo de una talla nunca vista en aquel país, se hizo tan insolente desde que vió otro hombre mucho más pequeño que él, que no podía contenerse. Me miraba con soberano y singular desprecio, y no cesaba de burlarse de mi figurita. Yo no tenía otro desquite que llamarle hermano; mas era tanta su malignidad, que un día, mientras comían, estuvo esperando verme descuidado y agarrándome por medio del cuerpo me precipitó en un plato de leche y echó a correr. Quedé sumergido hasta las orejas, de suerte que si no hubiera sido un nadador excelente, me hubiera ahogado sin remedio. Glumdalclitch había pasado por casualidad hacia el otro extremo del cuarto, y la reina, consternada