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sus Estados cualquier vasallo de Su Majestad. Esta repuesta dió lugar a una sonrisa desdeñosa en los filósofos, diciendo que el labrador me tenía bien instruído y que yo no había aprendido mal la lección.

Pero el rey, que estaba dotado de mejores luces, despidiendo a sus sabios, mandó buscar al labrador que, por fortuna, no había salido todavía de la corte. Exaindle en particular, confrontó después su informe conmigo y con Glumdalclitch, y halló Su Majestad que cuanto le había referido podía ser cierto. Encargó a la reina que diese orden de que me cuidasen bien, y que continuase bajo la vigilancia y dirección de Glumdalclitch, porque había notado que nos queríamos mucho.

Mandó la reina a su ebanista que me hiciese un cajón que pudiese servirme de dormitorio con arreglo al modelo o idea que le diésemos mi directora y yo.

El obrero no se distinguía por su actividad, y tardó tres semanas en fabricarne un cuarto de madera de diez y seis pies en cuadro y doce de altura con sus ventanas, puertas, y dos gabinetes.

Otro obrero excelente y célebre por el gusto con que fabricaba juguetes, se encargó de hacerme dos sillas de una materia semejante al marfil, dos mesas y un armario donde poner mi ropa, y la reina mandó que al punto buscasen en todas las tiendas las telas de seda más finas para hacerme vestidos.

Aquella princesa gustaba tanto de mi conversación, que no podía comer como yo no estuviese presente. Me ponían una mesita sobre la de Su Majestad, y mi silla correspondiente, estando siempre Glumdalclitch al lado, puesta de pie sobre un taburete, para cuidarme.

También quiso el príncipe un día conversar conmigo durante la comida. Me preguntó acerca de las costumbres, religión, leyes, gobierno, y literatura de Europa di razón de todo como pude, y sobre cada