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jestad. Al instante propuso a mi amo si quería venderme, y como éste no deseaba otra cosa, porque no me daba un mes de vida, admitió prontamente el partido señalando por precio mil monedas de oro, que sin detención le pusieron en la mano. Yo pedí entonces a la reina que pues ya era un humilde esclavo suyo me concediese por primera gracia que Glumndalclitch, en quien había hallado siempre tanta atención, amistad y esmero, fuese admitida igualmente al honor de su servicio, continuando con el cargo de directora mía. Su Majestad condescendió exigiendo también el consentimiento del labrador, que quedó tan contento de ver a su hija en palacio como ella de no separarse de ini lado. Por último, él se retiró diciéndome a la despedida que en buen sitio me dejaba, a lo cual le contesté silenciosamente con una gran cortesía.

Notó la reina la frialdad con que recibí el cumplimiento y despedida del labrador: preguntándome la causa, respondí sin títubear a Su Majestad que no reconocía otra gracia en mi antiguo amo que la de no haber despachurrado con el pie a un animalito inocente hallado por casualidad en sus tierras, que este faver quedaba bien pagado con el provecho que había sacado exhibiéndome al público por dineros y con la suma que acababa de tomar en mi venta; que mi salud estaba muy quebrantada por tanta esclavitud y continua obligación de divertir a la plebe a todas horas del día que si ini amo no hubiera temido mi muerte no me hubiera comprado Su Majestad tan barato.

Pero que como ya no hallaba lugar en mí el temor de ser tan desgraciado en lo sucesivo bajo la protección de una princesa tan grande y benigna, el primor de la Naturaleza, la admiración del mundo, las delicias de sus vasallos y el fénix de la creación, esperaba que los recelos de mi amo anterior saliesen vanos, pues que sentía ya mis espíritus recobrados del todo con