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G verme expuesto por dineros a la curiosidad del más bajo pueblo. Ella alegaba que su papá y su mamá la habían ofrecido que Grildrig scría todo suyo, pero que bien conocía que la querían engañar como había sucedido el año anterior con un cordero, que luego que estuvo gordo se lo vendieron al carnicero. No tenía yo tanta pesadumbre, pues nunca me abandonó la esperanza de recobrar algún día mi libertad; y respecto a la ignominia de verme transportado de lugar en lugar como si fuera un monstruo, nunca crei que una desgracia tal pudiese herir mi honor, ni que me la echarían en rostro cuando volviese a mi patria, porque al mismo rey de la Gran Bretaña le hubiera sucedido otro tanto en iguales circunstancias.

Mi amo admitió el consejo de su amigo, y poniéndome dentro de un cajón, me llevó el día siguiente, que era de mercado, a la ciudad inmediata, acompañado de su hija. El cajón estaba cerrado por todos lado, con algunos agujeros para que entrase el aire.

La muchacha había tenido la buena idea de ponerme debajo el colchón de la cama de su muñeca; mas con todo escapé molido del viaje, aunquo no duró más de media hora, porque el caballo avanzaba de cada - paso cerca de cuarenta pies y trotaba con tal violencia que no se diferenciaba el movimiento de un navío en medio de la borrasca más fuerte; bien que, como he dicho, el camino no era más largo que de Londres a San Albano. Mi amo se apcó en una posada donde acostumbraba hospedarse, y después de haber consultado con el patrón y dado las disposiciunes necesarias, mandó al glustrud o pregonero que diese aviso al pueblo de que había llegado un animalito extraño, que se exhibia en el parador del Aguila verde, un animalito que era un poco más pequeño que un splacknock, semejante en todas las partes de su cuerpo a una criatura humana; que podía pronun-