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dido ya algunos de sus términos, que andaba recto sobre sus pies, que era dulce y tratable, venía donde le llamaban, hacía cuanto le mandaban; que tenía unos miembrecitos muy delicados, y un cutis más blanco y fino que el de una señorita en la edad de tres años. Otro labrador vecino, íntimo amigo de mi amo, fué a visitarle expresamente por examinar la verdad de la voz que corría. Al instante me exhibieron, y poniéndome sobre una mesa, me mandaron que me pasease; obedeci prontamente, saqué mi sable, lo volví a la vaina, hice una gran cortesía al vecino, preguntéle por la salud en su propio idioma, ie di la bienvenida, y toda la relación que me había enseñado mi maestrita. El amigo, que por su avanzada edad tenía ya cansada la vista, se puso sus anteojos para verme mejor; yo no pude reprimir la risa, y conociendo el motivo todas las gentes de la casa, prineipiaron a reir también, de suerte que el viejo chocho se dió por ofendido como un bestia. Tenía la debilidad de ser avaro, y no pudiendo disimularla, a juzgar por el detestable consejo que dió a mi amo, proponiéndole que podía ganar mucho dinero si me hacía ver de los curiosos cualquier día de mercado en la ciudad inmediata, que sólo distaba veintidós millas escasas. Luego lo malicié desde que advertí que hablaba con mi amo aparto muy reservadamente, que me miraban y señalaban con el dedo de cuando en cuando.

Al día siguiente mo confirmó estas sospechas Glumdalclitch, mi directora, refiriéndome todo lo que había sabido por su madre. La pobre muchacha me puso en su seno, y lloraba sin consuelo por los riesgos á que me exponían de quebrantarme, estropearme o acaso reventarme si aquellos hombres bárbaros y groseros no me ataban con cuidado y como bubía observado mi modestia natural y extremada delicadeza en todo lo que mira al honor, se lamentaba de