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ron a correr sobre mi cama. Llega una a mi cara, y yo, lleno de espanto, me incorporé como pude para echar mano al sable; pero aquellos terribles animales tuvieron la insolencia de acometerme por distintos lados. Comenzé a repartir cuchilladas y tuve la fortuna de matar una y ahuyentar a la otra, volviendo a acostarme concluída la refriega para descansar y reponerme de la emoción sufrida. Eran las tales ratas como dos mastines, pero sin comparación más ágiles y feroces, de sucrte que si me toman indefenso infaliblemento me devoran.

Poco después vino mi ama, y entrando en el cuarto advirtió que estaba todo ensangrentado. Acudió al instante á mi, y para que saliese del susto la lice señal de que mirase a la rata muerta. La labradora sonrió, dando muestras de contento al ver que no estaba herido. Después la expliqué como pude mi deseo de bajar al suelo, y aunque ine soltó al punto, mi modestia no me permitía declarar la urgencia de otro modo que señalando a la puerta, haciéndola muchas corteslas. La mujer me entendió al cabo de algún tiempo, y volviendo a ponerme sobre su mano, me llevó al jardín y me dió libertad. Alejéme cerca de diez toesas, y dándola a conocer que debía volver la cabeza, me oculté entre dos hojas de acedera, donde hice lo que se deja adivinar.

II

RETRATO DE LA HIJA DEL LABRADOR. LLEVAN AL AUTOR A UNA CIUDAD DONDE HABÍA MERCADO, Y DESDE ALLÍ A LA CAPITAL. EXACTA RELACIÓN DE SU VIAJE.

Tenía mi ama una hija de nueve años, pero de un espíritu superior a tan tierna edad. De acuerdo con ella, me había destinado para cama, antes que llegase la noche, la cuna de una muñeca que la servía de entretenimiento. Pustéronla dentro de una gaveta de