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me llenó de pavor; y procuré alejarme al lado más remoto de la mesa, distante cincuenta pies, y el ama le tenía asido temiendo que se abalanzase a mí. No sucedió nada, porque el gato ni reparó en mi siquiera.

Ali amo, por ver lo que hacía me puso delante de él bastante cerca, y como siempre he visto que cuando se huye de una fiera o se manifiesta miedo suele más presto echarse encima, deterniiné hacer de valiente, y fingir que no temía sus garras. Principié a pasearme con mucha osadía acercándome tanto, que el animal dió dos pasos atrás, como si tuviera miedo de mí. Después vinieron tres o cuatro perros, entre ellos un mastín que abultaba por cuatro elefantesy un lebrel no tan grues.. pero más alto. Yo siempre firme, aparentando serenidad de ánimo.

Al concluirse la comida, entró el ama, que amamantaba un niño de la labradora como de un año de edad. Apenas me vió la criatura principió a dar unos gritos tan terribles, que creo se hubieran podido oir sin dificultad desde el puente de Londres hasta Chelsea. El me tuvo por un muñeco u otra chuchería scmejante, y lloraba porque se le dieran para entretencrse. La madre me levantó, y poniéndome en sus manos, al instante me agarró, y al punto metió mi cabeza dentro de su boca, como es natural en aquella edad mas no fué esto lo peor, sino que, asustado el muchacho de mis clamores, me dejó caer de prontoy a no ser porque la madre tenía puesto debajo su delantal, me hubiera roto la cabeza sin remedio. El ama, para. apaciguarle, se valió de un jugucte, que era un grueso pilar hueco guarnecido de unas piedras disformes, el cual pendía de la faja del niño por un cable muy fuerte, y no bastando esto a aplacarle, recurrió al último arbitrio, que fué darle de mamar.

Es preciso confesar que no he visto cosa en mi vida que me haya horrorizado tanto, ni sé con qué poder compararla.