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esforzando cuanto pude la voz en inglés. Entonces sí que temí quedar sordo de la carcajada de risa en que prorrumpieron todos. El gusto de la bebida era muy semejante a la sidra, y no me desagradó. El amo me hizo señal de que me acercase a su plato, que también era de madera, y por apresurarme demasiado por poco me mato, pues tropezando en una pequeña corteza de pan, caí de cara sobre la mesa. Me incorporé al instante, y advirtiendo que aquellas buenas gentes se habían compadecido, tomé el sombrero, le di vueltas en la cabeza y lancé dos o tres aclamaciones para que viesen que no había recibido daño.

Pero al tiempo de llegar a mi amo (éste es el nomque le daré de aquí adelante) el más pequeño de sus hijos, que estaba sentado junto a él y era un nuchacho como de diez años, muy maligno y travieso, me agarró por las piernas y, elevándome en el aire, me conmovió todo el cuerpo. El padre me arrebató de entre sus manos y le dió una bofetada tan fuerte en la oreja izquierda, que pudiera haber desbaratado un escuadrón entero de caballería europea, mandándole que luego al punto se quitase de la mesa. Recelé que el chiquillo me guardase rencor; y acordándome de lo perversos que son naturalmente todos los muchachos de nuestro país contra los pájaros, conejos, gatos y perros, me puse de rodillas delante de mi aino, y señalandole con el dedo, le di a entender como pude que deseaba que le perdonase. El padre condescendió, y volviendo a tomar su silla el muchacho, llegué a él y le besé la mano.

- A la media comida el gato favorito de ini ama se la subió encima. Of detrás de mi un ruido como de doce telares de medias, y volviendo la cabeza, me enteré de que era un gatazo que mayaba. El ama le daba de comer, y él la acariciaba, pero a juzgar por la cabeza y una pierna que vi, me pareció tres veces mayor que un buey. La ferocidad de aquel animal