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cional, y principió a honrarme con su conversación: articulaba muy bien las palabras, pero su eco me aturdía los oidos, como si fuera un molino de agua.

Yo le contestaba ya en un idioma, ya en otro, levantando la voz cuanto podía, y aunque aplicaba su oído para entenderme, tudo era inútil. Envió los criados al trabajo, y sacando un pañuelo de su faltriquera, le dobló por medio, le extendió sobre la mano izquierda y me hizo seña de que me pusiese encima, a cuyo fin la bajó hasta el suelo, y no hallé dificultad, pues apenas tendría un pic de grueso. Parecióne que debía obedecer: mas, para no caerme, me acosté a lo largo sobre el pañuelo en que me envolvió y de este modo me llevó a su casa. Truego que entró llamó a su mujer, la cual retrocedió prontamente al verme, dando unos chillidos descompasados como suelen hacer las inglesas a la vista de un escuerzo o de una araña. Pero al cabo de algún tiempo, que observó mi actitud y que contestaba a las señas que hacía su marido, principió a quererme con ternura, Siendo cerca del mediodía, sacó un criado la comida (vianda grosera conforme al estado de un simple labrador) en un plato de casi veinticuatro pies de diámetro, y se congregaron el amo, su mujer, tres hijos y una anciana abuela. Sentáronse todos, y el labrador me puso a su lado sobre la mesa, que era como de treinta pies de alta; pero yo tenía buen cuidado de no acercarme a sus bordes por no dar en el suelo. Ia mujer cortó un pedacito de carne, desmigajó un poco de pan y me lo puso delante en un plato de madera. Yo la hice una reverencia muy sumisa, y sacando mi cuchillo y tenedor, principié a comer: esto les hizo mucha gracia. Después mandó a la criada que trajese una tacita que servía para beber licores, pues no hacía más de doce azumbres, y la llenó de bebida. Levantéla con bastante trabajo, y revistiéndome de autoridad, brindé a la salud de madama,

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