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entender todo el daño que me hacía con sus dedos.

Yo creo que comprendió el dolor de que me quejaba; pues levantando una faldilla de su vestido me puso dentro con mucha suavidad, y echó a correr adonde estaba su amo, que era un labrador rico, el mismo que había visto desde luego en el campo.

El labrador tomó una pajita, que era casi tan gruesa como una caña de las que usarnos para bastones, y con ella me levantó las faldillas de la casaca, que en mi concepto le pareció una especie de cubierta qu la Naturaleza. me hubiese dado, y para verme inejor la cara me sopló los cabellos. Llamó a sus criados y les preguntó (según pude conjeturar) si habían visto alguna otra vez en el campo algún animalejo que se asimilase a mí. Después me puso de cuatro pies en el suelo pero me levanté al instante, y eché a andar con mucha gravedad hacia un lado y otro, para que no recelasen que quería escaparme. Sentáronse todos para mejor observar mis movimientos, y entonces yo, quitándome el sombrero, hice una cortesía muy sumisa al amo, y me arrojé a sus pies, levantando las manos y la cabeza con diferentes exclamaciones en el tono más alto que podía. Saqué de mi faltriquera una bolsa llena de oro y se la presenté con mucha hunildad. El la puso en la palma de la mano y aplicó la vista para distinguir lo que le daba, sacó un alfiler de la manga, la rodeó diferentes veces, y se quedó con las mismas dudas. Estando en esto, le hice señal de que bajase la mano, y tomando la bolsa la abrí y vacié en ella las monedas, que eran seis doblones de a ocho españoles, con otras veinte o treinta inferiores. Mojóse el dedo con la lengua y levantó una de las monedas mayores y luego otra: pero yo creo que no comprendió lo que era. Por último, me mandó por señas que las volviese a la bolsa y las guardase.

Esto le hizo discurrir si sería alguna criaturita ra-