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{el tiempo en pedir que se permitiera defenderme, pareciéndone que sería lo mismo verme condenado sin ser oído, pues habiendo conocido otros muchos procesos semejantes, siempre había visto determinarlos por los informes dados a los jucces, y a la voluntad de acusadores acreditados y poderosos.

Tentado estuve de hacer resistencia, que al fin, hallándome en libertad, todas las fuerzas del Imperio no me igualaban, y hubiera podido muy fácilmente destruir y arruinar a pedradas la capital: pero detesté luego al punto este pensamiento con horror, acordándome del juramento que había prestado a Su Majestad, de las mercedes que había recibido de su benignidad, y finalmente de la alta dignidad de nardac que me había conferido. Además, que no se me babía pegado tanto el espíritu de autoridad que pudiese persuadirme de que los rigores de Su Majestad me exoneraban de las obligaciones que le debía.

Ultimamente tomé una determinación que, según las apariencias, será censurada de algunas personas con justicia; pues yo confieso que fué grande mi temeridad y mal modo de proceder, queriendo conservar los ojos, la libertad y la vida contra las órdenes de la corte. Si yo hubiera conocido entonces el carácter del príncipe y su ministerio de Estado, como después he tenido ocasión de observarlo, y su sistema de tratar a los acusados menos criminales que yo, sin duda me hubiera sometido a una pena tan dulce. Pero, arrebatado por el ardor de la juventud, y estando ya autorizado por Su Majestad Imperial para presentarme al rey de Blefuseu, no me descuidé en escribir a mi amigo el secretario antes de expirar el término de los tres días, dándole parte de mi resolución de partir en la misma hora para Blefuscu, en virtud del permiso que había obtenido, y sin aguardar respuesta eché a andar hacia la costa de la isla, donde