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que no se trascienda el designio de que lentamente os vaya consumiendo el hambre. La sentencia de sacaros los ojos está registrada en la secretaría de cámara del Consejo, sin más oposición que la del almirante Bolgolam. Dentro de tres días se pasará orden al secretario para que venga a vuestro alojamiento y os haga saber en persona los artículos de la acusación, como también la gran clemencia y gracia de Su Majestad y su Consejo, conformándose con la sola pena de que perdáis los ojos, a la cual no duda que os someteréis con toda la humildad y reconocimiento correspondiente. Después vendrán veinte cirujanos del emperador a hacer la operación con unas saetas muy agudas, que os penetrarán en las pupilas estando acostado sobre el suelo. Ahora vos sabréis tomar la más oportuna determinación que os dicte la prudencia. Yo me retiro con la misma reserva que he venido para evitar sospechas.

Despidióso Su Excelencia dejándome sumergido en un mar de inquietudes. Era costumbre introducida por este príncipe y su ministro (bien distinto de lo que me informaron se usaba en los primeros tiempos) que después que la corte había deliberado un suplicio para satisfacer el resentimiento del soberano o la malicia de un privado, el emperador arengaba en Consejo pleno, acerca de su dulzura y elemencia, como cualidades reconocidas por todos. Muy pronto se publicó por todo el imperio la peroración de mi causa; pero nada inspiró tanto horror al pueblo como estos elogios de la clemencia de Su Majestail, porque habían observado que cuanto más se ponderaba, tanto más injusto y cruel solía ser el suplicio. Por lo que a mí toca, debo confesar que, como ni mi nacimiento ni mi educación, me destinaban a cortesano, entendia tan poco de esta política, que no me atrevía a decidir si la sentencia pronunciada contra mí era suave o rigurosa, justa o injusta: ni quise malgastar