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  1. general y de propia obligación, pero de ninguna manera aquella especie de afección particular que hiriendo frecuentemente la conciencia y siempre coartando la libertad es una ocasión próxima de grandes desdichas.

Los maestros de historia no se dedican tanto a imprimir en sus discípulos la data de tal o cual suceso, como a pintarles el carácter y las buenas o malas cualidades de los reyes, de los generales y de los ministros. Dicen que es poquísimo el fruto que sacan de saber que en tal año o en tal mes se dió tal batalla; pero que les importa mucho examinar cuán bárbaros, injustos y sanguinarios han sido en todos los siglos los hombres, siempre dispuestos a perder la vida sin necesidad, y a conspirar contra la de su semejante sin razón; ¡cuánto deshonran a la humanidad los combates, y cuán poderosos necesitan ser los motivos que obliguen a un extremo tan funesto! Miran la historia del espíritu humano como la mejor de todas, y no se esfuerzan tanto por enseñar a sus discípulos que retengan los hechos como porque sepan juzgarlos.

Pretenden que el amor a las ciencias tenga su limitación, y que cada uno elija aquella clase de estudios que mejor se adapte a su inclinación y talento.

Así es que no hacen más aprecio de un hombre que estudia demasiado que de otro que come mucho, persuadidos de que el ánimo padece sus indigestiones como el cuerpo. Solamente el emperador tiene una gran y abundante biblioteca, y si ven que algún particular ignorante hace vanidad por aquí, le miran como a un asno cargado de libros.

La filosofía de aquellos pueblos es sumamente deliciosa, y no consiste en ergotismos como en nuestras escuelas. Ignoran absolutamente los nombres baroco y baralipton, no saben lo que es categoria ni términos de primera y segunda intención, y otras tonte-