que no les deja hablar en secreto, adularlos, acariciarlos, ni darles juguetes, confitura, ni otras golosinas.
Las niñas de calidad son educadas en sus respectivos colegios casi en la misma forma, a excepción de que tienen criadas que las visten a presencia de una maestra hasta que llegan a la edad de cinco años, que principian a vestirse por sí mismas. Si se averigua que sus nodrizas o camareras las entretienen con novelas ridículas, cuentos insípidos o capaces de infundirles pavor (que en Inglaterra es bastante común en tales directoras), las azotan públicamente tres veces por toda la ciudad, sufren un año de prisión, y, por último, las condenan a destierro perpetuo al lugar más desierto de todo el Imperio. Así se ve en aquel país que las jóvenes se avergüenzan tanto como un hombre de parecer cobardes y necias; hacen menosprecio de todo adorno exterior, y sólo atienden al aseo y decencia. Sus ejercicios no son tan violentos como los de los muchachos, ni las hacen estudiar tanto, pues las instruyen también en las ciencias y humanidades. Es máxima entre ellos que debiendo ser la mujer una compañía siempre grata a su marido, ha de adornar su espíritu cuanto pueda porque éste nunca se envejece.
Los lilliputienses opinan muy distintamente de como se piensa en Europa, que nada merece tanto cuidado y atención como la educación de los niños. Esto es tan fácil, dicen ellos, como sembrar y plantar. Pero el conservar ciertas plantas, hacerlas crecer felizmente, defenderlas del rigor del invierno, de los bochornos y tempestades del verano, y del insulto de los insectos, y finalmente disponerlas para que fructifiquen con abundancia, es el efecto de la aplicación y celo de un buen jardinero.
Para la elección de maestros estiman más un espíritu recto que otro muy sublime; prefieren las buenas costumbres a la mucha sabiduría. No pueden su-