mucho, y con la mayor facilidad me llevé tras de mí cincuenta navíos de los principales.
Los blefuscuitas, que no tenían idea de lo que iba a hacer, quedaron tan amedrentados como aturdidos. Ellos vieron que corté los cables, y discurricron que mi intención se dirigía solamente a abandonarlos al viento y marea para que chocasen unos con otros pero, cuando vieron que arrastraba toda la fota de una vez, prorrumpieron en clamores de rabia y desesperación.
No cesé de andar hasta que me vi ya fuera del alcance de las flechas; entonces me detuve un poco para quitarme las que llevaba en la cara y manos, y continuando con mi presa, sólo traté de restituirme al puerto imperial de Lilliput.
El emperador y toda su corte, que estaban en la costa esperando el suceso de mi empresa, veían de lejos que se acercaba una flota en figura de media huna pero como el agua mue cubría hasta el cuello, no advirtieron que era yo el que la conducía hacía su puerto.
El emperador creyó firmemente que había perccido, y que la armada enemiga venía a efectuar su desembarco. Pero sus temores se disiparon prontamente luego que pude hacer pie, y me descubrieron a la cabeza de aquel proniontorio de naves, exclamando en alta voz: Viva el muy poderoso emperador de Lilliput Apenas llegué, Su Majestad me colmo de indecibles alabanzas, y me creó nardac, que entre ellos es el título más honorífico.Al mismo tiempo, me rogó que tomase mis medidas para conducir a sus puertos todas las demás embarcaciones del enemigo su ambición era tal, que no le dictaba nada menos que hacerse señor de todo el imperio de Blcfuscu para reducirlo a provincia del suyo, y poner en él un virrey; castigar de muerte a todos los gruesi-extremitas expatriados, y obligar