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De Saint-Malo fuí a París. Allí vendi mis barras y alhajas hasta juntar trece mil libras esterlinas, que puse en el Mississipí. Al principio me vi enriquecido con sesenta mil piezas, esperando aumentarlas todavía más. Pero bien pronto las trece mil que habían producido tantas quedaron reducidas a dos mil quinientas, con las que me creí feliz en pasar a Inglaterra.

Hallé en mi casa la novedad de haber muerto mi mujer tiempo hacía. Mis hijas, admiradas de verme, apenas podían reconocerme por su padre, hasta que presente las riquezas que llevaba, y quedaron luego convencidas.

Ahora vivo descansado, esperando la muerte sin inquietud ni impaciencia; y como es un tributo que debemos todos a la Naturaleza, creo que lo mejor es pagarle temprano. En efecto, ¿qué hay en el mundo que haga desear la vida? Todo es miseria, maldad. ¡Feliz aquel que tiene la menor parte!


FIN