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vestidos, y provisiones para dos meses, y una brújula. Pero, ¿de qué podían servirnos estos débiles socorros? Según nuestro cálculo, estábamos a cien leguas de la tierra, y era fácil levantarse una borrasca que no pudiésemos resistir en una palabra, nos creíamos perdidos. No nos acordábamos siquiera de los dineros que nuestra indigna tripulación nos había retenido tan ruinmente, y que yo no conservaba sino la pedrería, que por casualidad estaba cosida entre el forro de la casaca. Pasamos lo restante del día en un triste silencio. La nocho no contribuyó sino a aumentar nuestro desconsuelo y nuestro temor. Por la mañana ya vino uma vislumbre de esperanza a nuestros ánimos. La esposa de Morrice principió a respirar y nos alentó a todos: tomamos algún alimento por primera vez, y resolvimos hacer todo esfuerzo para salir adelante, si posible era.

Withers me dijo que, según su cálculo, no distábamos muchas leguas de Madagascar que contaba con el auxilio de la Providencia llegar allá en tres días si queríamos volver al Nordeste. Aunque temiese la barbarie de los habitantes de aquella isla, no dejé de alegrarme de estar tan cerca de ellos, prefiriendo su crueldad al furor de las olas. Withers penetró mi pensamiento, y nos dijo que aquellos isleños no eran lo que se pensaba, que él sabía de algunos que habían tratado a los ingleses con mucha humanidad. Bajo esta promesa, corrimos al Nordeste tres días sin descubrir tierra, y hogamos cuatro más con la misma incertidumbre. Tal situación nos causaba el dolor que se deja discurrir; no porque no tuviésemos todavía provisiones para siete semanas, sino porque si se levantaba alguna borrasca, no podíamos menos de perecer en una chalupa como la nuestra. Queríamos animarnos los unos a los otros, y nuestro abatimiento Dos desmentía.

Al cuarto día, a entrada de tarde, principiaron a